viernes, 15 de junio de 2018

Polvo de estrellas

Anunciamos que el cristianismo es un humanismo en los cincuenta. Espiritualidad es el subrayado actual. Primero, por el arrastre en su desplome de otros autodenominados humanismos (comunismo totalitario). En segundo lugar, por el éxito de los discursos culturalistas que indagan bajo las formas de las religiones. En tercer lugar, porque la humanidad demuestra muy poca compasión cuando se convierte en el centro de su discurso o su actuación. Levinas apunta hacia la Otredad, hacia el Otro, como real frente a nuestra subjetiva ilusión. De ese modo, toda pregunta por el ser de las cosas se atraganta. Sobrevive la salida de sí, el éxodo.  El cristianismo es un Éxodo, una salida del propio amor, querer o interés, de la propia subjetividad e intersubjetividad. La humanidad se hace y deshace en la creación entera. Somos polvo de estrellas. 

miércoles, 13 de junio de 2018

No hay camino en medio

Mi posibilidad pasa por mi elección. Hacerme es tarea principal. De ahí que la presencia inconceptuable del pecado brote en el cada día como angustia. Si no elijo, no soy. Si elijo, señala Kierkegaard, lo hago hacia la contradicción o hacia mi propia personalidad. No hay camino intermedio, no es posible una elección que ni me afirme ni me contradiga. No hay una tercera bandera, como vemos en Loyola (EE.EE.): o echamos cadenas o ayudamos a la liberación. No cabe, pues, la inocencia. Pero se reclama la humildad. Cuando voy por la vida exhibiendo autenticidad, una risita emerge desde la memoria y me sitúa ante las elecciones que apuntalan la piltrafa de lo que pude haber sido. Loyola subraya: sólo el conocimiento interno del daño hecho  -no se puede apartar la mirada, hay que afrontar- nos permite reconocer tanto bien recibido.

lunes, 11 de junio de 2018

Elegir bien

Al elegir, nos hacemos. Sin elegir, no somos. Es la ética, dice Kierkegaard. Su “metaética” es el paso de la dogmática (pecado no conceptualizable) a la psicología (concepto de angustia). Sartre, descreído de la dogmática, vive la náusea: vómito de la condena a la libertad sin suelo. Camus es sartriano en el relato caluroso y luminoso de “El extranjero”; pero imagina a Sísifo sonriente mientras baja a por la piedra que ha de volver al inicio tras el triunfo aparente. “La caída”, descrita entre bruma y penumbra, desdice al santo laico para retornar a la fuente danesa: la risa helada que denuncia el arraigo del pecado. “Todos somos culpables”, subraya. Hay en Kierkegaard la esperanza de que podemos elegir bien pues me identifica, porque es una aceptación de mi propia personalidad. “La grandeza radica en el hecho de ser uno mismo”, sostiene.

domingo, 10 de junio de 2018

Desorden

El pecado es para Loyola desorden. Desorden de conducta y espíritu cuando apunta a su propio querer e interés y olvida la alabanza, la reverencia y el servicio. Si “venimos en soberbia”, si “somos” el centro del mundo, entonces metemos en la realidad una dinámica destructiva y contagiosa. Es el daño: la persona justa cuelga de la cruz. No basta a Loyola una explicación a la socrática: puro desconocimiento del bien. Pero tampoco ignora la enorme carga de afecciones que impiden ver lo real. Kierkegaard, en “El concepto de angustia” apunta al pecado como un no lugar no conceptualizable. Tampoco es una mera no presencia (vg.: ausencia del amor), puesto que tiene densidad propia. No cabe en ninguna de las ciencias, ni siquiera en la ética. Señala hacia un evento relacional, hacia la mismísima ruptura de la relación. No es un no saber. ¿Es un no ser?