jueves, 23 de mayo de 2019

Perdiendo el tiempo

Cuenta con detalle Feyerabend su participación en el Reich. Lo hace en “Perdiendo el tiempo” (1994). El título parodia su apellido que, significa en alemán, estar de balde. Es consciente de lo lejos que están sus recuerdos del modo en que la sociedad vienesa conmemora la anexión hitleriana tras medio siglo. Con experiencias familiares y escolares muestra que la inmensa mayoría vivió aquel momento como liberación, no como ocupación. Incluye a personas de toda condición y a no pocos militantes de izquierda. Habla de su propia evolución. No entiende muy bien cómo aquel joven que flirteó con la estética de la SS llegó a ser profesor en California. Con reproche observa a los historiadores actuales describir el evento y el personaje, Hitler, lejos de los parámetros con los que se vivió. Señala dos características que unen al joven guerrero nazi con el profesor que escribiera “Contra el método”: la pasión por retomar y extremar todas las opciones y la sensación de juego que aparece en todos sus comportamientos y escritos. Le distancia, sin embargo, la certeza que tiene el profesor adulto de haber sido verdaderamente amado.

miércoles, 22 de mayo de 2019

¿Para qué sirve la filosofía?


Nos muestra Daniel Barreto (entrevista radiofónica en ECCA, 20 de mayo) que la pregunta “¿para qué sirve la filosofía?” es síntoma de su propia necesidad: debemos precisamente cuestionar el utilitarismo de nuestra actitud vital. Ni Aristóteles ni Hipatia de Alejandría hubieran entendido la pregunta por la utilidad de la misma. Para la filosofía clásica, el pensamiento es constitutivo de la propia realidad humana. De hecho, nuestra vida está llena de filosofía o deja de ser vida. Hacemos filosofía cuando hablamos de economía o de felicidad, del sentido de nuestra labor educativa o del trabajo que hacemos, de la participación en la vida política o el misterio que arroja la investigación espacial. Hacemos filosofía cuando dialogamos sobre los límites de la vida y los comportamientos éticos propios de la medicina o la investigación. La filosofía cuestiona y pregunta. Nos recuerda Daniel Barreto que la filosofía surge del asombro. El asombro apunta siempre al misterio. Caffarena escribe “El enigma y el misterio”: los enigmas pueden resolverse agudizando el ingenio, el misterio no tiene solución, pero cabe pedirle al lenguaje que nos lo muestre.

martes, 21 de mayo de 2019

Entender, desear, elegir


El maestro de Loyola nos dejó el librito de los Ejercicios Espirituales. Kolvenbach, que fuera superior general de los jesuitas, indica que se buscan tres fines: iluminar nuestro entendimiento, inspirar nuestro deseo, provocar nuestra libertad (citado por Pablo Guerrero, “Convertirse es ser atraído”, 2019). Esta finalidad sólo es posible si se entiende atravesada de una esperanza contracultural: somos capaces de conocer, de orientar nuestros deseos, de elegir en libertad. Contracultural puesto que mucho de lo que vivimos confunde conocer con computar, desear con estar enganchado y libertad con apariencia. Han pasado cuatro siglos desde que Loyola viviera su experiencia, la plasmara en un librito y lo diera a sus compañeros. Nos podemos acercar a aquel texto como quien hace arqueología o filología, pero también cabe escuchar ese deseo de libertad, de encontrar un sentido a nuestras elecciones y búsquedas y emprender el camino. Se llama “ejercicios” porque es un “ejercitarse”. La experiencia está en la vida. Pero para estar en la cancha, en plena competición, necesitamos mucho entrenamiento.

lunes, 20 de mayo de 2019

El Dios en quien no creo


La teología negativa subraya que de Dios sabemos mucho menos de lo que no sabemos. Y esto es así por propia definición: Dios nos supera absolutamente y la distancia entre lo absoluto y nuestra capacidad es infinita. En 1969, Juan Arias publicó “El Dios en quien no creo”. Se trata de todo un esfuerzo por marcar distancias con imágenes populares y eclesiales de Dios que sirven ya para tapar agujeros eludiendo el misterio de la vida, ya como herramienta de justificación y poder para defender intereses poco divinos, demasiado humanos. Escucho a Francesc Roma SJ en “Puntos para orar” (15/05/2019) proponer que, efectivamente, cuando alguien dice “no creo en Dios” la fe debería decirle: “en el Dios en que tú no crees, tampoco creemos”. Pero el desafío es, si no queremos dejar la fe al puro albur del sentimiento -que va y viene muchas veces sin tino ni sentido-, tratar de dar razón del Dios en quien sí creemos. La mirada contemplativa sobre el Cristo, el Jesús de la fe narrado en los textos evangélicos, apunta a acoger el misterio como misterio de luz: el Dios del Padre Nuestro.

domingo, 19 de mayo de 2019

Nacer es comparecer

Agustín descubre la interioridad. Rousseau, más de un milenio después, alumbra la intimidad (Bruckner, “La tentación de la inocencia”, 1995). En la interioridad, el de Hipona, descubre la trascendencia: finalmente, el que es mayor que el universo se aloja en la pequeñez del individuo (un artesano insignificante de una aldea perdida en un rincón del Imperio). Por el contrario, el ilustrado saca a Dios de nuestro mundo y de la persona: lo sitúa al inicio del proceso, antes de la creación, poniendo en marcha el reloj y desatendiéndose de su obra creada. La modernidad nos deja libres de la tradición y de la ley eterna: ni comunidad ni divinidad. Somos seres inacabados, que debemos elegir para tener sentido. Nos queda la intimidad, estamos solos para diseñarnos y sin embargo permanentemente expuestos. Es decir, necesidad de un reconocimiento que solo pueden otorgar los demás. El juicio de Dios es sustituido por el juicio implacable de las gentes. Hoy, multiplicado por el poder virtuoso / vicioso de los medios. Pascal Bruckner concluye que para Jean Jacques Rousseau nacer es comparecer.