El maestro de Loyola nos dejó el librito de los Ejercicios Espirituales. Kolvenbach, que fuera superior general de los jesuitas, indica que se buscan tres fines: iluminar nuestro entendimiento, inspirar nuestro deseo, provocar nuestra libertad (citado por Pablo Guerrero, “Convertirse es ser atraído”, 2019). Esta finalidad sólo es posible si se entiende atravesada de una esperanza contracultural: somos capaces de conocer, de orientar nuestros deseos, de elegir en libertad. Contracultural puesto que mucho de lo que vivimos confunde conocer con computar, desear con estar enganchado y libertad con apariencia. Han pasado cuatro siglos desde que Loyola viviera su experiencia, la plasmara en un librito y lo diera a sus compañeros. Nos podemos acercar a aquel texto como quien hace arqueología o filología, pero también cabe escuchar ese deseo de libertad, de encontrar un sentido a nuestras elecciones y búsquedas y emprender el camino. Se llama “ejercicios” porque es un “ejercitarse”. La experiencia está en la vida. Pero para estar en la cancha, en plena competición, necesitamos mucho entrenamiento.
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