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lunes, 17 de junio de 2019

Cambios en la comunicación

Brey (“La sociedad de la ignorancia y...”, 2009) cita a Watson (en The Guardian en 2005) para que sospechemos del valor del tiempo en que vivimos. Para Watson 1808, 1908 o 2008 son básicamente iguales. Tienen la misma estatura histórica para la humanidad. Brey nos examina desde dos parámetros de innovación: la capacidad de intervenir en el medio (la aparición de herramientas, las innovaciones del neolítico, la agricultura y la industrialización) y la capacidad de comunicarnos (el lenguaje, la invención de la escritura, la imprenta y los demás medios de masas). La comunicación tiene dos esquemas: la comunicación persona a persona, bilateral, el de la conversación hablada o el intercambio de mensajes escritos (correos) o sonoros (teléfono), y la comunicación unidireccional que aparece en el epistolario para comunidades, los libros, la radio o la televisión. Nuestro tiempo es nuevo porque introduce un nuevo modo de comunicación: el de caca cual con cada cual y, a la vez, el de la mutitud con la multitud.

lunes, 27 de mayo de 2019

Verdad errática

Le llovieron las críticas a Feyerabend tras su publicación de “Contra el método”. Por un lado, quienes desde el racionalismo leyeron en sus palabras un ataque al conocimiento, la conjetura, las hipótesis y la deducción. Pero también, así lo cuenta en “Perdiendo el tiempo” (1994), hubo quien entendió su libro como un alegato machista, una comedia o un chiste. Feyerabend insiste en dos líneas: que la ciencia se construye muchas veces desde saltos poco racionales y que el control social debe actuar sobre la ciencia como sobre cualquier otra profesión. De ese modo, desmitifica a esta “religión” de la ilustración y la modernidad. Reconoce los muchos beneficios, pero se escandaliza de quienes se empeñan en ignorar sus perjuicios. Y entre ellas señala el poderío imperial de un modo de conocimiento que parece expulsar de la legitimidad a toda otra forma de saber. Sometida al análisis de la pragmática lingüística, la ciencia pasa a ser un discurso opaco y sin sentido. Como le sucede a otros discursos no menos pretenciosos. Pero Feyerabend no guarda silencio. Nunca guarda silencio. ¿Cree que en esos discursos erráticos también habita la verdad?

domingo, 12 de mayo de 2019

El tiempo y la muerte de Dios

Subraya Byung-Chul Han (“El aroma del tiempo”, 2009) que, con la muerte de Dios, Nietzsche vacía de consistencia el tiempo, por más que trate de recuperarla con su eterno retorno de siempre lo mismo. Ese vaciamiento se vive hoy con la apariencia de la aceleración: todo se fuga, sin un destino, sin meta ni heredero (por más que el propio Nietzsche alude a ambos conceptos en su intento de dar consistencia a nuestro camino hacia la muerte). El existencialismo propuso la vida como una auto construcción libre: una meta y un heredero. Los estructuralismos muestran la impertinencia de la diacronía, que se resuelve en un no tiempo (sincronía) puesto que el determinismo lo ordena todo. Hoy, la vivencia, fugaz y sin historia, sustituye a la experiencia, que necesita tiempo. Así afecta a la verdad: queda reducida a lo vivenciado en cada momento, prácticamente independiente de lo realmente experimentado en el tiempo que dura. Quevedo mira al final de sus días con una poderosa carga nihilista. Sin embargo, acaba proponiendo que aquel polvo en el que se resuelve su vida, es polvo enamorado, y aquella ceniza tiene sentido.

jueves, 9 de mayo de 2019

Vencida la espada


“Vencida de la edad sentí mi espada”, canta Quevedo en quejumbroso soneto. Señala el paso del tiempo al recorrer el último trecho. Tema propio de la poesía que se plasma magnífico en Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir…”. Parece situarse en esa estela Heidegger: asegura que somos para la muerte. Pero hoy, señala Byung-Chul Han, es una muerte desprovista de significado. No es el final de nada, se nos dice, porque si después es nada, lo previo también lo es. En Manrique perdura la memoria; en Quevedo “serán cenizas, mas tendrán sentido”. En nuestra cultura, una insignificante fracción de un tiempo inabarcable que se mide en miles de millones de años. Menos de una fracción de segundo en escala anual. Situada la humanidad en el pálido azul de un punto en un rincón perdido de una galaxia más bien mediana entre cientos de miles. Nada. Salvo que el misterio de luz habite en la trascendencia: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, confiesa Hipona.

domingo, 5 de mayo de 2019

Tiempo perdido

En Nazaret tiene lugar la mayor parte de la vida del hombre que da nombre al Cristianismo. Allí no transcurre el tiempo sino que dura, se profundiza, se crece. Hoy no tenemos tiempo porque nos esclaviza el qué hacer. No tenemos tiempo porque nada dura sino que sucede. Byung-Chul Han cita a Heidegger que cree que el desalejamiento, la tendencia a reducir el lapso al puro instante que tiende a cero es constitutivo del Da-Sein, el ser humano en cuanto ser ahí. El filósofo coreano (“El aroma del tiempo”, 2009) piensa, sin embargo, que ese modo de entender el tiempo, el desalejamiento, es, en realidad producto de nuestro momento, de nuestra época, la de la radio, el tren (ahora AVE) y, todavía más, el “wasap”, donde el espacio se disuelve y la inmediatez se da por hecho. El tiempo que dura pasa a ser tiempo que transcurre sin más significado que la meta no conseguida de inmediato. Meta que queda obsoleta una vez alcanzada. El tiempo que transcurre es tiempo perdido, apunta Byung-Chul subrayando el paralelismo entre Proust y Heidegger.

miércoles, 8 de agosto de 2018

Atrapar el tiempo a la carrera

Pretendemos atrapar el tiempo con nuestra carrera. Todo está disponible y depende solo de nuestra respuesta al estímulo. Sin el momento del no, en nuestra cultura, no hay contemplación. Ya Nietzsche observa que es necesaria la pervivencia de la figura del maestro para enseñar a mirar. La sociedad de la eficiencia necesita velocidad: pasamos de caminar a correr. No hay mejora, sólo más prisa. Todo es positivo. Byung-Chul Han señala que no hay creatividad si todo es positivo: todo se hace más liso, más “me gusta”. De ese modo, la actividad muy activa es la menos activa: no hay cambio, solo lo mismo a mayor velocidad (“La sociedad del cansancio”, 2010). Sin el momento del no, no es posible la espiritualidad. Entronca con las tradiciones clásicas: sin abnegación, la persona no tiene acceso a su interioridad, tampoco a la contemplación (Loyola).

jueves, 14 de diciembre de 2017

La historia

Es buen motivo para investigar nuestra historia el deseo de comprender nuestro ahora. Sobre todo en este tiempo en que  la cultura parece apostar por lo efímero (Lipovetsky) y las relaciones se disuelven en el agua (Bauman). Buscamos orígenes familiares y antecedentes de la tribu a la que pertenecemos. En el año 2009, la profesora MacMillan publicó el libro “Usos y abusos de la Historia”. Hace notar que cuando miramos a la historia queremos que nuestras vidas tengan sentido, queremos dar con nuestro lugar en la sociedad y el mundo. Ese deseo puede llevarnos al engaño, al abuso: abusamos de la historia cuando la pintamos de modo que se parece a una justificación de nuestras opciones actuales. De ese modo, la historia acelera la destrucción de relaciones sociales y encona conflictos. Se convierte en arma de destrucción masiva.