En Nazaret tiene lugar la mayor parte de la vida del hombre que da nombre al Cristianismo. Allí no transcurre el tiempo sino que dura, se profundiza, se crece. Hoy no tenemos tiempo porque nos esclaviza el qué hacer. No tenemos tiempo porque nada dura sino que sucede. Byung-Chul Han cita a Heidegger que cree que el desalejamiento, la tendencia a reducir el lapso al puro instante que tiende a cero es constitutivo del Da-Sein, el ser humano en cuanto ser ahí. El filósofo coreano (“El aroma del tiempo”, 2009) piensa, sin embargo, que ese modo de entender el tiempo, el desalejamiento, es, en realidad producto de nuestro momento, de nuestra época, la de la radio, el tren (ahora AVE) y, todavía más, el “wasap”, donde el espacio se disuelve y la inmediatez se da por hecho. El tiempo que dura pasa a ser tiempo que transcurre sin más significado que la meta no conseguida de inmediato. Meta que queda obsoleta una vez alcanzada. El tiempo que transcurre es tiempo perdido, apunta Byung-Chul subrayando el paralelismo entre Proust y Heidegger.
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