Quizás Moingt SJ no ve la salvación como propiedad del cristianismo aunque, como teólogo católico, afirme el carácter del Cristo como única presencia de la plenitud de Dios. En realidad, muy en resumen, a juicio de Moingt, la fe cristiana propone que la salvación consiste en que Dios crea a las personas a su imagen para conformar su familia. Se trata de una convicción que precede a la historia del nazareno y que se encuentra, alentada por el Espíritu, en muchas culturas y personas. Por otro lado, la verdad cristiana, que Cristo nos salva, no es el final de toda búsqueda para la Iglesia. En términos de Moingt, esta verdad “no la encierra (a la Iglesia) en lo que en ella se dice, sino que está siempre en la búsqueda de lo que Él (Dios) revela directamente al Espíritu…”. No es que estemos a la búsqueda de otra verdad, pero sí tras un mejor saber de aquello a lo que el pueblo cristiano llama Reino de Dios: una humanidad fraterna y reconciliada. Es a eso a lo que denominamos salvación. Es por eso por lo que entendemos al Cristo como salvador: porque vivió y murió como ciudadano de ese Reino. Sin embargo, en cierta laicidad eurocéntrica, hija por otro lado del humanismo cristiano, parece dominar la convicción de que no necesitamos salvación.
En la presentación de “Creer en el Dios que viene” (2007), Moingt nos cuenta cómo se puso en marcha el deseo de escribir aquel libro: un programa radiofónico veraniego que diserta con banalidad, “como para burlar el aburrimiento”, sobre las preguntas de la fe, la espiritualidad y la teología. Desde mi experiencia, sé que también la radio es medio para la profundidad sobre las cuestiones que siempre han ocupado a la humanidad. Ejemplo paradigmático es el diálogo entre Bertrand Rusell y Frederic Copleston en la BBC de 1948. Y con modestia, los programas Diálogos de medianoche y Diálogos con la filosofía de nuestra emisora educativa (ECCA). Pero en este tiempo, descrito por Byung-Chul Han como “sociedad del cansancio”, no me extraña que ante aquella emisión, Moingt exclame: “Es un triste espectáculo, desde el punto de vista del respeto que se debe a la razón humana, ver a unos espíritus superficiales, apoderarse de los temas más serios”.