En 1946,
Wittgenstein amenaza a Popper con un atizador de chimenea en mitad de su
conferencia y le desafía: “¡Deme usted un ejemplo de regla moral!” (Goñi “Las
narices…”, 2008). Para Sloterdijk (“Temperamentos…” 2010) Wittgenstein es un
“mito” intelectual. Todo su empeño es buscar su lugar en el mundo. Y su pasión
es el intento de no caer en la locura. Su imagen “monocal” es la del cuidador
de la realidad que se escapa por el
“hueco existente entre dos frases” (Sloterdijk). Deja escrito: “De lo que no se
puede hablar, mejor es callar”. Vive mucho tiempo en silencio. Su vida y su
obra, hechas ambas de proposiciones cortas, tienen una hondura que trasciende y
se hace mito. Popper le responde: “No se debe amenazar a los conferenciantes
con el atizador”. Wittgenstein lanza el atizador a la chimenea y sale de la
sala. Un portazo retumba.
miércoles, 26 de septiembre de 2018
lunes, 24 de septiembre de 2018
Fundamentos y razón
El
término “Fundamentalismo” se aplica de suyo a los cristianos conservadores que
en el s. XX se organizan en EE.UU. sobre los cinco fundamentos (Armstrong, “Los
orígenes…”). La lectura literal de las Escrituras es central. Les lleva al
conflicto con los cristianos liberales que viven en paz con la exégesis
crítica. El capítulo más dramático es la “verdad científica” del Génesis,
centro del juicio (Dayton, 1925) que condena al maestro Scopes, y que supuso el
desprestigio del fundamentalismo. Liberales y fundamentalistas reaccionan ante
el pensamiento occidental. El fundamentalismo quiere, sin embargo, dar la
batalla con las mismas armas de la modernidad: argumentan racional y
científicamente la historicidad de la narración bíblica. De este modo, dejan
toda la cancha al cientismo y acaban dejando sin fundamento la fuerza de la fe
religiosa.
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