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martes, 11 de junio de 2019

Autoayuda y menos

“Alabar, hacer reverencia y servir” señala Loyola en el siglo XVI como sentido de la existencia humana. Es un éxodo de nuestro “propio amor, querer e interés”. Propone todo un itinerario para afrontar este destino (los Ejercicios Espirituales) que, son así, una escuela de libertad; aprenderemos a desengancharnos de todo lo que nos impide el camino de la gratuidad, el respeto y la disponibilidad. Aprenderemos a afectarnos por quien nos invita a caminar con Él y como Él en una causa de justifica y amor: reconciliar a la humanidad con ella misma, con la creación entera y con Dios. Aparece muy lejos de los manuales de “autoayuda” donde toda la estrategia parece centrarse en el individuo, no en la comunidad, y en sus potencialidades limitadas por la sociedad en la que vive. La “autoayuda” trastoca el éxodo en ensimismamiento. Lejos del reconocimiento de los propios límites y la necesidad de las demás personas, la autoayuda invita a la propia plenitud sin los demás: no siempre una mente plena es ayuda.

lunes, 10 de junio de 2019

De dónde venimos

Leyendo a Loyola y a Pablo Guerrero (“Convertirse es ser atraído”, 2019) vengo (venimos) del trabajo cotidiano (la viña en términos evangélicos). Venimos de un territorio plagado de misión y de tareas. No estamos solos. Codo a codo conmigo, a mi lado, por delante mía, desde arriba, desde atrás, desde abajo, otras personas que hacen, empujan, realizan, lideran, promueven, acogen. La misión siempre es compartida. Venimos, sin embargo, en Babel: desterrados y sin hogar nos sentimos no pocas veces en este pequeño planeta azul pálido en la inmensidad. También venimos de Egipto, sujetos a mil esclavitudes que, en ocasiones, ni siquiera reconocemos como tales: las que impone el sistema, las que tienen forma de pulsiones o miedos interiores, las que nos ponen quienes conviven en nuestro entorno. Pero si estamos aquí es porque también estuvimos en el Tabor y, como aquel Pedro, deseamos poner tiendas junto a la Palabra de la Vida: la que hemos visto, la que tocaron nuestras manos.

lunes, 3 de junio de 2019

Zaqueo

Zaqueo se sube a la higuera porque la multitud no le deja ver lo que acontece más allá. Ciertamente, había algo que ver, que mirar, que escuchar. La tradición espiritual nos pide cerrar los ojos para ver. Pero, luego, mantenerlos muy abiertos. Exupery afirma que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Para ver, por tanto, hay que cuidar la interioridad. Sin embargo, en cuanto cerramos los ojos, con frecuencia se extiende la pantalla en la que se proyecta también nuestro ruido interior. Imágenes distorsionadas por nuestros miedos y deseos se apropian de nuestra mirada. Por tanto, hay que cultivar también cierto señorío de la interioridad para ver lo real. La bulla también es externa. Llega en el ritmo creciente con el que circula nuestra cultura e impone el instante y el cambio, aumenta el brillo y el volumen y destierra los espacios de desierto y silencio. Insiste Loyola en que más que el mucho saber, lo que nos da vida es el sentir y gustar internamente. Zaqueo se subió a la higuera… ¡¡y por eso lo vieron a él y le invitaron a bajar y a recibir en su casa!! Comenzaba así la aventura de la mirada.

domingo, 2 de junio de 2019

Tiempo, sentido, Éxodo

Frente a un mundo en el que se suceden los instantes, Heidegger propone, en un primer momento de su filosofar, la historia. Anclada en la narración histórica, toda actividad sucede en el tiempo con un sentido, un antes y un después con su fin por alcanzar. Pero el historicismo sufre la denuncia del racionalismo crítico (Popper), también del estructuralismo (la importancia de la sincronía frente a la diacronía) y claudica con la experiencia política del nazismo, el desarrollismo y el socialismo real, a los que Peter Berger denominará “pirámides de sacrificio”. Heidegger procede a deshistorizar el tiempo y lo ancla en el “sí-mismo” que permanece y dura mientras es fiel y que se disuelve y se convierte en un “perder el tiempo” cuando se esclaviza a las cosas de cada día. Loyola entiende el tiempo como relación que aboca a la inmediatez de la Presencia: Dios. Y propone ordenar todo lo demás al “alabar, hacer reverencia y servir”. El sentido no está en el sí-mismo, sino en el éxodo del sí-mismo.

martes, 28 de mayo de 2019

Inocencia y mala fe

Jean Paul Sartre usaba los términos “animismo” y “mala fe” para ese modo de comportamiento en el que atribuimos a las estructuras la causalidad de nuestras actuaciones y reclamamos una inocencia que elude nuestra responsabilidad ante los efectos (las víctimas) de nuestra conducta. Al final del siglo XX, Pascal Bruckner recupera la reflexión en “La tentación de la inocencia”, 1995. La traslada a la ciudadanía de la sociedad del capitalismo depredador -en el que hoy seguimos por más que cierta cultura trate de dar una pátina de cuidado medioambiental a nuestros comportamientos-. Bruckner nos dibuja bajo el síndrome de Peter Pan: nos empeñamos en permanecer en la presumible inocencia de la infancia y la irresponsabilidad mientras reclamamos derechos que exclusivamente pueden corresponder a las víctimas. Loyola, en el siglo XVI nos sitúa ante la víctima, el crucificado, y nos invita a responder de aquella situación: ¿qué he hecho? ¿Qué hago? ¿Qué haré? Ni es legítimo el disimulo ni cabe ponerse de perfil. Nos toca responder. Al fin y al cabo, es mucho, muchísimo, lo que hemos recibido.

martes, 21 de mayo de 2019

Entender, desear, elegir


El maestro de Loyola nos dejó el librito de los Ejercicios Espirituales. Kolvenbach, que fuera superior general de los jesuitas, indica que se buscan tres fines: iluminar nuestro entendimiento, inspirar nuestro deseo, provocar nuestra libertad (citado por Pablo Guerrero, “Convertirse es ser atraído”, 2019). Esta finalidad sólo es posible si se entiende atravesada de una esperanza contracultural: somos capaces de conocer, de orientar nuestros deseos, de elegir en libertad. Contracultural puesto que mucho de lo que vivimos confunde conocer con computar, desear con estar enganchado y libertad con apariencia. Han pasado cuatro siglos desde que Loyola viviera su experiencia, la plasmara en un librito y lo diera a sus compañeros. Nos podemos acercar a aquel texto como quien hace arqueología o filología, pero también cabe escuchar ese deseo de libertad, de encontrar un sentido a nuestras elecciones y búsquedas y emprender el camino. Se llama “ejercicios” porque es un “ejercitarse”. La experiencia está en la vida. Pero para estar en la cancha, en plena competición, necesitamos mucho entrenamiento.

viernes, 10 de mayo de 2019

Historia y meta

Nuestra historia es un invento reciente. Podemos situar su nacimiento cuando el genio de la razón humana desplaza a Dios. Entonces, la eternidad pierde su lugar y, empujada por el vacío divino, la historia se abre camino en nuestra cultura. Sigue siendo, en un primer momento, historia de la salvación, pero no es ya un acontecimiento divino, un don, sino el resultado del esfuerzo realizado. Libres del don, toca diseñar el progreso. Byung-Chul Han señala que no importa lo que dura, sino lo que progresa. El tiempo histórico es, pues, una línea que se proyecta hacia el futuro para alcanzarlo lo antes posible: un coche, una casa, la universidad, una subida de sueldo, una victoria deportiva, etc. Todo como resultado, nada como don. Si la historia se acelera, fija su objetivo sin una reflexión que pondera su valor como meta. Va sin ton ni son disparando contra todo lo que se mueve. Loyola insiste en que el agradecimiento es el punto de partida del discernimiento, del servicio y del amor. Nuestro esfuerzo es solo posterior, aunque aparentemente la meta sea el resultado.

miércoles, 10 de abril de 2019

Motivos para el fracaso


En 1972, Dyson escribe “El mundo, la carne y el demonio” a partir de un escrito del biólogo Bernal en 1929. Retoma el artículo en “El científico rebelde” (2006). Bernal cree que dominaremos gracias a la ciencia los desafíos de nuestro planeta, de la habitabilidad del espacio y de nuestros propios condicionantes personales y sociales. Dyson observa que el camino se tiñe de fracaso por el desacuerdo en los objetivos, la carencia de recursos y el miedo a equivocarnos. Sin embargo, muchos grandes proyectos avanzan. Dyson lo explica desde cualidades humanas: “…resistencia, valentía, generosidad, sentido común, previsión y buen humor”. Loyola lo formula así: no el mucho saber sino el sentir y gustar internamente. Para Loyola es gracia. Arrupe, en el 75, advierte: si paramos por miedo a equivocarnos, estamos en el peor error.

domingo, 31 de marzo de 2019

Sentido

Para Wittgenstein, probablemente, es una falsa pregunta con ninguna respuesta posible: falso problema. Sobre el “sentido”, en ese sentido, no hay nada que decir. Mejor callar. Sartre quizás piense que se trata de un sentido autoconstruido: no hay un para qué dado; cada persona, sin más referente ni horizonte que la propia historia, debe construirlo. Foucault invita a observar cómo el viento de las circunstancias lo borrará como a un rostro dibujado en la arena de la playa. Sin embargo, no pocas personas se mueven con un para qué: ¿el dinero, el poder, el placer? O, incluso, sin darle una formulación conceptual, el para qué es el miedo o la codicia, el propio ego, o aquellas causas que encumbran a la persona y le dan prestigio o reconocimiento. Loyola propone: alabar, hacer reverencia, servir (gratuidad, respeto, cuidado). Y así salvar la vida.

jueves, 1 de noviembre de 2018

Parálisis (2)

Que el miedo a cometer errores es un sentimiento muy paralizante aparece en las afirmaciones de Dyson (que comenta la experiencia de los viajeros del Mayflower) como en la invitación de Arrupe SJ para que la Compañía de Jesús asuma los cambios arriesgados que pide el camino del Concilio Vaticano II.  Sin embargo, Dyson observa que muchas veces los grandes proyectos avanzan. Lo explica desde las cualidades humanas: “…resistencia, valentía, generosidad, sentido común, previsión y buen humor”. Loyola lo formularía de otra manera: “No el mucho saber (…) sino el sentir y gustar de las cosas internamente”. Afirma por un lado que “en tiempo de desolación no se debe hacer mudanza”, pero a continuación señala que hay que “mudarse intensamente contra la desolación”: de ningún modo la parálisis.

martes, 9 de octubre de 2018

Volver a las raíces

Volver a la raíz, al origen del carisma, pide el Concilio Vaticano II a las órdenes y congregaciones religiosas. Erasmo de Rotterdan cree que la reforma eclesial es también volver a las raíces del cristianismo: Escritura y Padres de la Iglesia. Loyola plantea la vida de sus clérigos reformados (los jesuitas) como un modo de vida “a la apostólica”. ¿Es eso una tendencia conservadora? Observa Armstrong que el Islam, tras la devastación producida por las hordas mongoles, se reconstruye no con el empeño de hacer algo nuevo, sino en el intento de “recuperar lenta y penosamente lo que habían perdido”. A partir de entonces, se declara innecesaria la interpretación racional, que permitía dar respuestas a cuestiones nuevas no imaginadas por el Corán, y se pone el empeño en conservar la tradición. La innovación pasa a ser un peligro. ¿Volver a las raíces es un peligro?

martes, 11 de septiembre de 2018

Discreción de espíritus

Coopérnico, Galileo, Isaac Newton… la modernidad avanza. Todos ellos son hombres creyentes que tratan de adecuarse al nuevo ethos: el logos y el progreso (Armstrong, “Los orígenes…” 2010). Lutero, con su reforma, apela al retorno a las fuentes, pero de un modo moderno: la primacía del individuo sobre las normas de la cultura en la que nace. Loyola introduce el discernimiento que acota tanto la apelación a las fuentes (“vivir a la apostólica”) como a la mística individual (“distinguir mociones”). Frente a los avances del logos, el mito se interioriza y muchas personas creen poder apelar a la experiencia directa de Dios. En la estela de Loyola, los grandes místicos ibéricos, Teresa y Juan de la Cruz, repugnan excentricidades, iluminismos y “directores espirituales” poco inteligentes. Si la respuesta es la interioridad, hace falta “discreción de espíritus”.

martes, 28 de agosto de 2018

Mortificación


La vida líquida, el continuo fluir, no sólo quita suelo a toda pretensión de permanencia, sino que, además, va rápido. Por eso,  el temor principal que toca a todo ser humano de nuestra civilización es el miedo a quedar obsoleto (Bauman). Lo obsoleto es descartable. La respuestas son múltiples: determinar cuáles son los nuestros, de los que no defendernos (al menos provisionalmente), esforzarnos en excluir a quienes podrían mover nuestra silla y, sobre todo, acelerar, ir más rápido (Byung-Chul Han, “La sociedad del cansancio”, 2010). La adecuación a los cambios exige un ritmo cada vez más rápido. Las TIC no suponen más tiempo para el descanso, sino el aumento de la productividad: hacer más en menos tiempo, ir más rápido. ¿Cómo hacer de la tecnología empoderamiento y participación? Loyola pide: personas capaces de mortificación.

domingo, 24 de junio de 2018

Mayor necesidad

Entre los criterios para selección de ministerios (Loyola, “Constituciones”, 1550) aparece el de mayor necesidad. La mera contemplación de la realidad (líquida, cambiante) exige una respuesta líquida: la adecuación. De ese modo, escamoteamos el criterio. Nos engañamos. Para evitar el engaño, miramos la realidad como pecado. La densidad del pecado (“venir en superbia”, Loyola) impide la mirada líquida y requiere la conversión: sostener la mirada a una posibilidad siempre más amplia. Requiere el todo y sin el todo no se contenta (angustia en Kierkegaard). Loyola invita a contemplar al Dios que trabaja en las cosas, pura donación gratuita, que es nuestra experiencia cotidiana: todo es don. En la comunión con el absolutamente Otro, podemos en todo (y no en parte) amar y servir. La mayor necesidad emerge con la rotundidad y densidad del pecado.

miércoles, 13 de junio de 2018

No hay camino en medio

Mi posibilidad pasa por mi elección. Hacerme es tarea principal. De ahí que la presencia inconceptuable del pecado brote en el cada día como angustia. Si no elijo, no soy. Si elijo, señala Kierkegaard, lo hago hacia la contradicción o hacia mi propia personalidad. No hay camino intermedio, no es posible una elección que ni me afirme ni me contradiga. No hay una tercera bandera, como vemos en Loyola (EE.EE.): o echamos cadenas o ayudamos a la liberación. No cabe, pues, la inocencia. Pero se reclama la humildad. Cuando voy por la vida exhibiendo autenticidad, una risita emerge desde la memoria y me sitúa ante las elecciones que apuntalan la piltrafa de lo que pude haber sido. Loyola subraya: sólo el conocimiento interno del daño hecho  -no se puede apartar la mirada, hay que afrontar- nos permite reconocer tanto bien recibido.

domingo, 10 de junio de 2018

Desorden

El pecado es para Loyola desorden. Desorden de conducta y espíritu cuando apunta a su propio querer e interés y olvida la alabanza, la reverencia y el servicio. Si “venimos en soberbia”, si “somos” el centro del mundo, entonces metemos en la realidad una dinámica destructiva y contagiosa. Es el daño: la persona justa cuelga de la cruz. No basta a Loyola una explicación a la socrática: puro desconocimiento del bien. Pero tampoco ignora la enorme carga de afecciones que impiden ver lo real. Kierkegaard, en “El concepto de angustia” apunta al pecado como un no lugar no conceptualizable. Tampoco es una mera no presencia (vg.: ausencia del amor), puesto que tiene densidad propia. No cabe en ninguna de las ciencias, ni siquiera en la ética. Señala hacia un evento relacional, hacia la mismísima ruptura de la relación. No es un no saber. ¿Es un no ser?

domingo, 3 de junio de 2018

Oficio de consolar

En el discurso ignaciano, la experiencia del resucitado se “muestra por sus efectos” y responde al “oficio de consolar” (Loyola, “Ejercicios Espirituales”). Amor es darse a quien se ama y recibir al que se da. Es cosa recíproca y va más allá de la propia subjetividad. Sin embargo, su lugar habitual no es el público escenario, sino la intimidad del hogar. Imagina Loyola un encuentro entre María, la madre, y el Cristo, su hijo. No es un encuentro con fundamento bíblico –ningún evangelista narra tal encuentro entre las experiencias del resucitado-. A juicio de Loyola, es de sentido común y debe darse por supuesto. Llama la atención que ese encuentro tiene lugar en el ámbito de la intimidad de la Casa. Pasamos así de la enajenación de la tumba a la intimidad del hogar. Después, a la vida pública se enviará a quien tenga experiencia del crucificado/resucitado-.

domingo, 13 de mayo de 2018

Negatividad y belleza


El sobrecogimiento se sustituye por lo perfecto en la actual visión de lo bello (Byung-Chul, “La salvación de lo bello”). El aeropuerto pulido, la piel depilada, el smarphone liso triunfan en la cultura que no tolera lo negativo: debemos ser perfectos, automejorados para el mundo, el mercado, la pareja, la familia, las amistades. Lo inesperable, no domesticable… se disuelve rechazando toda negatividad. Pero la vida es calvario, cruz, tumba. La belleza del bosque no es su perfección, si nos resulta sublime un paisaje montañoso no se trata de una belleza pulcra. La belleza de una persona, más allá del atractivo del momento, aburre si se sostiene de perfección. En la realidad, lo bello que sobrecoge no soporta el “me gusta” de la fotografía de facebook. Lo bello sublime está de la mano de una historia que está llena de dolor. Es ahí donde Loyola ve a Dios que trabaja.

jueves, 10 de mayo de 2018

Los estándares del amor


El amor tiene que ver con la palabra todo y con la propuesta para siempre. Hay, sin embargo, un gen social que se resiste al todo y a la promesa de eternidad. Nuestra sociedad simplifica las pruebas para considerar una experiencia como un acto de amor. Ni la totalidad ni la eternidad (solo tú, para siempre tú del matrimonio católico) son exigencia habitual de nuestra cultura para hablar de amor; por eso, ahora hablamos más que nunca de amar y de enamorarnos: “No es que más gente esté a la altura de los estándares de amor en más ocasiones, sino que esos estándares son ahora más bajos” (Bauman, “Amor líquido”, 2003). Loyola sitúa al final de sus Ejercicios Espirituales la Contemplación para alcanzar Amor. Su propuesta pasa por el reconocimiento de “tanto bien recibido”. De esa manera, seremos capaces de “enteramente reconosciendo, en todo amar y servir”. Todo.

Más allá de toda soledad


El amor, dice Fromm (“El arte de amar” 1950), no es encontrar el objeto amado: es una tarea y requiere un aprendizaje. A su juicio, la mucha actividad amorosa (quien mucho se enamora) es no más que huidas de la soledad condenadas al fracaso, porque no se puede huir, hay que afrontar. El verdadero amor es aquel que ama en la persona amada toda la realidad.  Para Badiou (“Elogio del amor”, 2009), amar es  “estar más allá de cualquier soledad, conectado con todo aquello que anima la existencia del mundo”. El amor es reconocer en la persona amada y la fuente de mi propia existencia. Loyola, en el s. XVI, insiste en que para alcanzar amor hay que contemplar todo como don, incluso la capacidad de donarse es un don. Eso sí, desde un realismo que chilla en el subjetivismo líquido actual, afirma que el amor es más cosa de obras que de palabras.