El amor
tiene que ver con la palabra todo y con la propuesta para siempre. Hay, sin
embargo, un gen social que se resiste al todo y a la promesa de eternidad.
Nuestra sociedad simplifica las pruebas para considerar una experiencia como un
acto de amor. Ni la totalidad ni la eternidad (solo tú, para siempre tú del
matrimonio católico) son exigencia habitual de nuestra cultura para hablar de
amor; por eso, ahora hablamos más que nunca de amar y de enamorarnos: “No es que más gente esté
a la altura de los estándares de amor en más ocasiones, sino que esos
estándares son ahora más bajos” (Bauman, “Amor líquido”, 2003). Loyola sitúa al
final de sus Ejercicios Espirituales la Contemplación para alcanzar Amor. Su
propuesta pasa por el reconocimiento de “tanto bien recibido”. De esa manera,
seremos capaces de “enteramente reconosciendo, en todo amar y servir”. Todo.
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