El amor,
dice Fromm (“El arte de amar” 1950), no es encontrar el objeto amado: es una
tarea y requiere un aprendizaje. A su juicio, la mucha actividad amorosa (quien
mucho se enamora) es no más que huidas de la soledad condenadas al fracaso,
porque no se puede huir, hay que afrontar. El verdadero amor es aquel que ama
en la persona amada toda la realidad.
Para Badiou (“Elogio del amor”, 2009), amar es “estar más allá de cualquier soledad,
conectado con todo aquello que anima la existencia del mundo”. El amor es
reconocer en la persona amada y la fuente de mi propia existencia. Loyola, en
el s. XVI, insiste en que para alcanzar amor hay que contemplar todo como don,
incluso la capacidad de donarse es un don. Eso sí, desde un realismo que chilla
en el subjetivismo líquido actual, afirma que el amor es más cosa de obras que
de palabras.
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