La muerte como horizonte de sentido es temática reincidente en los tres últimos libros de Simone de Beauvoir. Así lo refleja Cristina Sánchez (“Del deseo al sexo”, 2016): “La vejez” (1972), “Final de cuentas” (1974) y “La ceremonia del adiós” (1981). La muerte no es un hecho natural, puesto que la participación humana lo hace devenir en cultura. Al hablar de la vejez De Beauvoir se muestra a sí misma. Deconstruye una imagen que culturaliza el avance de los años como “tercera edad” para afirmar que, finalmente, la sociedad contemporánea trata a los “viejos” como a parias. Han pasado casi 50 años de aquel libro y se han hecho numerosos avances en gerontología y nuestra esperanza de vida supera los ochenta años. Pero nuestro imaginario cultural se debate entre el ideal de eterna juventud (envejecimiento activo) y la negación (invisibilidad de la vejez que conduce a la muerte). Observamos a diario la muerte como espectáculo (telediario o teleseries) y ocultamos a la persona envejecida limitando cada vez más nuestro estrecho concepto de vida plena.
jueves, 20 de junio de 2019
miércoles, 19 de junio de 2019
Sociedad del conocimiento
Nuestro bienestar material está amenazada en el sin barreras de un mundo globalizado:
deslocalización y desempleo; del mismo modo, el medioambiente genera incertidumbre; el
crecimiento poblacional presiona con más fuerza en los ecosistemas y apunta a una convivencia
más conflictiva. Las incertidumbres parecen exorcizarse con el horizonte utópico de la sociedad
del conocimiento con la que apuntamos al futuro con esperanza. Brey nos recuerda el origen
económico de la expresión: en los 70, la tríada del capitalismo (tierra, trabajo, capital) añade otro
factor: el conocimiento. Pasamos de “la información es poder”, en el contexto de la guerra fría, a
“el conocimiento es riqueza”. Las TIC serían los instrumentos necesarios para el nuevo
mercado, como la plaza del pueblo, el registro de la propiedad o la bolsa de valores lo han sido
hasta ahora. La utilidad para generar riqueza es el elemento determinante en la comunicación y
el conocimiento. Entonces, ¿en qué sentido, si alguno tiene, la sociedad del conocimiento es
realmente un horizonte de esperanza?
Diversidad y asombro
Nuestras vidas están llenas de diversidad. Como anuncian los clásicos, la filosofía comienza con el asombro. La diversidad provoca asombro, perplejidad, desconcierto. Diferencias culturales, psicológicas, biológicas, étnicas… que se concretan en la vida cotidiana en modos de pensar diversos, diferentes maneras de entender la vida, la misión, la tarea. Las diferentes posiciones políticas reflejan una sociedad que se siente mucho más diversa de lo que las instituciones, normalmente, pueden encausar. Diferencia en los intereses y en los gustos. En ocasiones, esto provoca un efecto comunitarista: el retorno a los míos, a sus valores de siempre, a los lugares sagrados e intocables. La diversidad -que seguirá presente incluso en los contextos más uniformados- puede provocar ruptura, división, alejamiento. En términos morales, egoísmo. En términos teológicos, pecado. Pero esa misma diversidad, integrada (más allá de Babel) es ocasión para el asombro, la admiración, la filosofía.
lunes, 17 de junio de 2019
Cambios en la comunicación
Brey (“La sociedad de la ignorancia y...”, 2009) cita a Watson (en The Guardian en 2005) para que sospechemos del valor del tiempo en que vivimos. Para Watson 1808, 1908 o 2008 son básicamente iguales. Tienen la misma estatura histórica para la humanidad. Brey nos examina desde dos parámetros de innovación: la capacidad de intervenir en el medio (la aparición de herramientas, las innovaciones del neolítico, la agricultura y la industrialización) y la capacidad de comunicarnos (el lenguaje, la invención de la escritura, la imprenta y los demás medios de masas). La comunicación tiene dos esquemas: la comunicación persona a persona, bilateral, el de la conversación hablada o el intercambio de mensajes escritos (correos) o sonoros (teléfono), y la comunicación unidireccional que aparece en el epistolario para comunidades, los libros, la radio o la televisión. Nuestro tiempo es nuevo porque introduce un nuevo modo de comunicación: el de caca cual con cada cual y, a la vez, el de la mutitud con la multitud.
domingo, 16 de junio de 2019
La belleza de la diversidad
“Soy cristiano”, afirma K, transexual, a la vez que sostiene: “La Iglesia nos ha hecho mucho daño”. En el que, todavía hoy quizás podamos denominar “mundo católico”, la Iglesia como institución es la portadora (más que creadora) de valores y códigos que regulan lo moralmente aceptable de su entorno social. Ese entorno cambia y la Iglesia también. Otros agentes, otras perspectivas erosionan la reificación de valores plenamente conseguida y la hacen arena que se dispersa en el mar. Al caer los valores, por ágil que pueda ser la institución, también ella sufre, se erosiona, se hace arena. Sin embargo, es reclamada como refugio de quienes se resisten a las nuevas propuestas. El mundo LGTBI, el mundo de la diversidad sexual, sigue condenado en contextos no necesariamente eclesiales, sin embargo su presencia ya está provocando una tolerancia pasiva importante (cada cual a lo suyo). Quizás algún día, quizás pronto, su mensaje en positivo: la belleza de la diversidad.
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