La amistad entre Gershon Scholem y Walter Bejamin nace cuando el primero es, en términos actuales, un menor (17 años) y el segundo es ya un joven adulto (23). La historia de esa amistad queda narrada en el libro que en 1975 escribiera el primero con el título “Walter Benjamin. Historia de una amistad”. Desde el comienzo, la amistad les traba. Tres motivos encuentra el narrador para explicarla: la búsqueda inquebrantable de una espiritualidad, el rechazo a la asimilación que vivía la comunidad judía de la preguerra (1914) y la convicción de la necesidad de la metafísica. Buena parte de la labor de la filosofía del siglo XX y este inicio del XXi ha querido plantearse como una triple de-construcción: la de Dios, la de la metafísica y la de lo humano. Como consecuencia, el sentido ha devenido en pregunta utilitarista (¿para qué sirve?). La cultura de masas de nuestros días, aunque es más individualista no es, sin embargo, más personalista. La amistad forjada en los inicios del siglo pasado entre Scholem y Benjamin, sigue necesitando hoy de espiritualidad, de resistencia y de metafísica.
jueves, 30 de mayo de 2019
miércoles, 29 de mayo de 2019
Inconmensurable
El mundo en el que vivimos es inconmensurable (Feyerabend, “Perdiendo el tiempo”, 1994). Con un tono de anarquismo intelectual creciente, el autor relata su vida y la evolución de su pensamiento mostrando cómo siempre están imbricados. Hay en su relato una voluntad de honestidad que permite reconocer errores cometidos en la pasión por afrontar otros errores (su pasional “Contra el método” contiene presuntas verdades tan insostenibles como aquellas a las que quiere combatir). También reconoce los errores más vinculados a la ligereza de la mirada (como el flirteo con las SS motivado por la prestancia de los uniformados). El relato propicia una valoración un tanto gris de aquello que le hizo brillar: su trabajo intelectual y su verbo afilado para la dialéctica y el combate. Frente a ello, en un capítulo final titulado “desvanecimiento”, Feyerabend deja un deseo como testamento: “Suceda lo que suceda, nuestra pequeña familia puede vivir para siempre: Grazina, yo y el amor. Así es como me gustaría que sucediera: que no sobreviviera lo intelectual, sino el amor”.
martes, 28 de mayo de 2019
Inocencia y mala fe
Jean Paul Sartre usaba los términos “animismo” y “mala fe” para ese modo de comportamiento en el que atribuimos a las estructuras la causalidad de nuestras actuaciones y reclamamos una inocencia que elude nuestra responsabilidad ante los efectos (las víctimas) de nuestra conducta. Al final del siglo XX, Pascal Bruckner recupera la reflexión en “La tentación de la inocencia”, 1995. La traslada a la ciudadanía de la sociedad del capitalismo depredador -en el que hoy seguimos por más que cierta cultura trate de dar una pátina de cuidado medioambiental a nuestros comportamientos-. Bruckner nos dibuja bajo el síndrome de Peter Pan: nos empeñamos en permanecer en la presumible inocencia de la infancia y la irresponsabilidad mientras reclamamos derechos que exclusivamente pueden corresponder a las víctimas. Loyola, en el siglo XVI nos sitúa ante la víctima, el crucificado, y nos invita a responder de aquella situación: ¿qué he hecho? ¿Qué hago? ¿Qué haré? Ni es legítimo el disimulo ni cabe ponerse de perfil. Nos toca responder. Al fin y al cabo, es mucho, muchísimo, lo que hemos recibido.
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lunes, 27 de mayo de 2019
Verdad errática
Le llovieron las críticas a Feyerabend tras su publicación de “Contra el método”. Por un lado, quienes desde el racionalismo leyeron en sus palabras un ataque al conocimiento, la conjetura, las hipótesis y la deducción. Pero también, así lo cuenta en “Perdiendo el tiempo” (1994), hubo quien entendió su libro como un alegato machista, una comedia o un chiste. Feyerabend insiste en dos líneas: que la ciencia se construye muchas veces desde saltos poco racionales y que el control social debe actuar sobre la ciencia como sobre cualquier otra profesión. De ese modo, desmitifica a esta “religión” de la ilustración y la modernidad. Reconoce los muchos beneficios, pero se escandaliza de quienes se empeñan en ignorar sus perjuicios. Y entre ellas señala el poderío imperial de un modo de conocimiento que parece expulsar de la legitimidad a toda otra forma de saber. Sometida al análisis de la pragmática lingüística, la ciencia pasa a ser un discurso opaco y sin sentido. Como le sucede a otros discursos no menos pretenciosos. Pero Feyerabend no guarda silencio. Nunca guarda silencio. ¿Cree que en esos discursos erráticos también habita la verdad?
domingo, 26 de mayo de 2019
El giro de la tierra
Relata un amigo la escena vivida en un parquecito para criaturas. El pequeño rompe a llorar en mitad de los juegos de forma desconsolada. Al preguntar su madre qué le sucede, el nene señala a una compañerita que ha asegurado solemnemente que el Montjuich no es la montaña más alta del mundo. La mamá viene con el oficio de consolar: “Lo que importa es que si para ti es el más alto, no tienes que preocuparte porque ella diga que es otro el monte más alto”. ¡Manual de autoayuda! Sugiere mi amigo. En nota inicial a “Contra el Método”, Feyerabend indica que al libro le falta la segunda parte: la réplica mordaz con la que Imre Lakatos debería haber dado respuesta. Para Feyerabend la ciencia necesita de cierta lógica anarquista, contrainductiva, y, por tanto, el racionalismo, por muy crítico que se presente, supone una fé en la razón similar a la fe religiosa o política. La lectura de Feyerabend es siempre una invitación a cierto posicionamiento ácrata en la lógica del pensar. Si los heliocentristas se hubieran quedado tranquilos ante lo aparentemente obvio, la Tierra seguiría en el centro y el universo entero daría vueltas en torno a ella.
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