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lunes, 27 de mayo de 2019

Verdad errática

Le llovieron las críticas a Feyerabend tras su publicación de “Contra el método”. Por un lado, quienes desde el racionalismo leyeron en sus palabras un ataque al conocimiento, la conjetura, las hipótesis y la deducción. Pero también, así lo cuenta en “Perdiendo el tiempo” (1994), hubo quien entendió su libro como un alegato machista, una comedia o un chiste. Feyerabend insiste en dos líneas: que la ciencia se construye muchas veces desde saltos poco racionales y que el control social debe actuar sobre la ciencia como sobre cualquier otra profesión. De ese modo, desmitifica a esta “religión” de la ilustración y la modernidad. Reconoce los muchos beneficios, pero se escandaliza de quienes se empeñan en ignorar sus perjuicios. Y entre ellas señala el poderío imperial de un modo de conocimiento que parece expulsar de la legitimidad a toda otra forma de saber. Sometida al análisis de la pragmática lingüística, la ciencia pasa a ser un discurso opaco y sin sentido. Como le sucede a otros discursos no menos pretenciosos. Pero Feyerabend no guarda silencio. Nunca guarda silencio. ¿Cree que en esos discursos erráticos también habita la verdad?

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Palabras


El siglo V a.C. cuenta con la intervención de Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas”. En el siglo XX, Marx, Groucho, parece situarse en esa dirección: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”. En 1962, se publica “Cómo hacer cosas con palabras”, de J.Austin, padre de la lingüística pragmática: no parece que haya mucha distancia entre el ser y el enunciar, todo deviene lenguaje. En el 66, Foucault da a luz “Las palabras y las cosas”: El giro lingüístico deconstruye el saber y tiene raíces profundas que afectan toda filosofía en el siglo XX. En 1982, Rorty escribe “Consecuencias del pragmatismo”. El racionalismo ilustrado, tras sustituir la verdad religiosa, pretende una verdad igualmente estable, recibe ahora su propia medicina, el fin de la epistemología: de la investigación pasamos a la pura conversación. Palabras.

martes, 26 de diciembre de 2017

¿Racionalistas y analíticos?

¿Por qué no nos comprendemos? Esa pasa a ser la pregunta que se hace Rorty a partir de 1961. Trata de comprender por qué los filósofos se entienden tan poco unos con otros. Es que tanto los analíticos (Carnap, que no reconoce sentido alguno al lenguaje metafísico) como los racionalistas  (Popper, que cree en la deducción y la refutabilidad de las teorías) tienen un Dios incompatible con el politeísmo de saberes. En su recorrido, magníficamente relatado por Del Castillo (“Rorty y el giro pragmático”, 2015), Rorty aprende con Kühn (las teorías científicas cambian sin motivos científicos) y Feyerabend (más que investigación debemos promover la proliferación de las teorías). Pero en “La filosofía y el espejo de la naturaleza”, Rorty se cruza con Gadamer: la investigación debe ser sustituida por la conversación. ¿El campo de las incertezas? 

lunes, 25 de diciembre de 2017

Praxis y lenguaje

Quizás Rorty no ha leído teología contemporánea y ¡sitúa a Jerry Fawell (fundamentalista) y a Josep Ratzinger (católico) en el mismo pensamiento! Su discurso es una invitación a otro paso en la secularización: Dios ha muerto; es hora de suprimir a los sustitutos de Dios (la razón y la verdad). Se distancia de Habermas que precisamente llama a la humildad de la razón al  rebuscar  en el diálogo posible con la sabiduría de las religiones. Choca con Vattimo que mantiene su cristianismo vacío de trascendencia. La luz de la postmodernidad es una luz pálida. Es el camino que permite a la persona responder sólo ante la otra persona. Cierto que la tenacidad con la que lo hace –la de un erizo encerrado sobre sí mismo- hace sospechar que su Verdad con mayúsculas es la no existencia de ninguna verdad con mayúsculas. Se dirige pues hacia la praxis y su lenguaje.