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domingo, 19 de mayo de 2019

Nacer es comparecer

Agustín descubre la interioridad. Rousseau, más de un milenio después, alumbra la intimidad (Bruckner, “La tentación de la inocencia”, 1995). En la interioridad, el de Hipona, descubre la trascendencia: finalmente, el que es mayor que el universo se aloja en la pequeñez del individuo (un artesano insignificante de una aldea perdida en un rincón del Imperio). Por el contrario, el ilustrado saca a Dios de nuestro mundo y de la persona: lo sitúa al inicio del proceso, antes de la creación, poniendo en marcha el reloj y desatendiéndose de su obra creada. La modernidad nos deja libres de la tradición y de la ley eterna: ni comunidad ni divinidad. Somos seres inacabados, que debemos elegir para tener sentido. Nos queda la intimidad, estamos solos para diseñarnos y sin embargo permanentemente expuestos. Es decir, necesidad de un reconocimiento que solo pueden otorgar los demás. El juicio de Dios es sustituido por el juicio implacable de las gentes. Hoy, multiplicado por el poder virtuoso / vicioso de los medios. Pascal Bruckner concluye que para Jean Jacques Rousseau nacer es comparecer.

jueves, 9 de mayo de 2019

Vencida la espada


“Vencida de la edad sentí mi espada”, canta Quevedo en quejumbroso soneto. Señala el paso del tiempo al recorrer el último trecho. Tema propio de la poesía que se plasma magnífico en Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir…”. Parece situarse en esa estela Heidegger: asegura que somos para la muerte. Pero hoy, señala Byung-Chul Han, es una muerte desprovista de significado. No es el final de nada, se nos dice, porque si después es nada, lo previo también lo es. En Manrique perdura la memoria; en Quevedo “serán cenizas, mas tendrán sentido”. En nuestra cultura, una insignificante fracción de un tiempo inabarcable que se mide en miles de millones de años. Menos de una fracción de segundo en escala anual. Situada la humanidad en el pálido azul de un punto en un rincón perdido de una galaxia más bien mediana entre cientos de miles. Nada. Salvo que el misterio de luz habite en la trascendencia: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, confiesa Hipona.

jueves, 23 de agosto de 2018

Sin filosofía en el medievo


De Platón a Foucault va “Temperamentos filosóficos”. Tras los dos clásicos griegos, aborda a Agustín. Después: el Renacimiento. Nada por medio. Todo lo pensado durante la Edad Media, que venera a Aristóteles (“el filósofo”), no es temperamento filosófico –para Sloterdijk-. Para el autor de “Temperamentos filosóficos”, el de Hipona degrada el amor como recuerdo de lo bello y lo bueno (Platón) al ver un humano mancillado por herida incurable. No hay ascenso mediante el pensar hacia la Verdad/Bondad. Queda la gracia otorgada. Concluye que la razón agustiniana conduce “a la catástrofe cristiana de la filosofía”. Si Dios está por medio, ya no hay filosofía y el amor no salva. El esfuerzo del pensamiento sólo es filosofía si prescinde del intento de tematizar la trascendencia. Catástrofe es la añoranza de lo absolutamente Otro.

miércoles, 28 de febrero de 2018

De otro modo que ser

Acaba Levinas rompiendo con el modo previo de hacer filosofía. No pretende ser una alternativa original dentro de la pretensión de conceptualizar la experiencia. Ni quiere hacer una nueva y única metafísica del ser. No insinúa que hay otro modo de comprender el ser. Más bien busca un modo que difiere del ser. ¿Quizá un “haber”? Es por eso que su decir se vuelve extremadamente exigente para el lector, porque no quiere decir el ser ni conceptualizar el ser ni proponer otro modo de ser. Por eso emprende caminos inéditos para el lenguaje filosófico y quisiera afrontar lo que hay que es irreductible al concepto. Apunta Levinas a los límites de nuestro conocer (ese que quiere comprender lo real). Es como el niño de la playa de Hipona al sabio Agustín: “Es más fácil meter el agua del mar en este agujero”… que conceptualizar lo que hay.

miércoles, 3 de enero de 2018

Abandono

No disimula Agustín de Hipona la potencia de la muerte. Ni tampoco Tomás de Aquino. Kierkegaard se rebela contra esas imágenes que representan a la muerte con rostro de luz. Sartre sospecha que morimos antes de acabar nuestra tarea. El “ser-para-la-muerte” de Heidegger parece suponer que en ella, de algún modo, nos realizamos. Octavio Paz advierte: “Nuestra muerte ilumina nuestra vida”. De alguna mamnera, el modo de morir –como en Heidegger- pareciera dar sentido (¿salva? ¿justifica?) al modo en que hemos vivido. ¿Cambia todo la trascendencia? ¿Es la fe cristiana en la resurrección un morir menos? Xabier Zubiri afirma la contundencia de la muerte. Al morir, morimos. No es un mero tránsito. Es una acentuación del misterio. La fe afirma la resurrección, pero no niega el misterio. Teresita de Lisieux habla de abandono. El abandono es amigo de la duda.