“Vencida de la edad sentí mi espada”, canta Quevedo en quejumbroso soneto. Señala el paso del tiempo al recorrer el último trecho. Tema propio de la poesía que se plasma magnífico en Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir…”. Parece situarse en esa estela Heidegger: asegura que somos para la muerte. Pero hoy, señala Byung-Chul Han, es una muerte desprovista de significado. No es el final de nada, se nos dice, porque si después es nada, lo previo también lo es. En Manrique perdura la memoria; en Quevedo “serán cenizas, mas tendrán sentido”. En nuestra cultura, una insignificante fracción de un tiempo inabarcable que se mide en miles de millones de años. Menos de una fracción de segundo en escala anual. Situada la humanidad en el pálido azul de un punto en un rincón perdido de una galaxia más bien mediana entre cientos de miles. Nada. Salvo que el misterio de luz habite en la trascendencia: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, confiesa Hipona.
Será "polvo y ceniza" más polvo enamorado". Esa "nada inerte" que, sin embargo, dejará libre al AMOR, saliendo al encuentro de Jesús Resucitado y hallándose con él, en esa Comunión de Amor y Vida.
ResponderEliminar¡Dichosos los hombres y mujeres que crean sin haber visto y puedan decir: Sé de quién me he fiado!
Miren Josune.