En el lago no estaba Pilato. Se lavó las manos. Cumplió con su misión: entregó al nazareno a quienes querían crucificarlo. No hizo caso a la voz de mujer que le advertía que aquel reo era un hombre justo. Así que luego, cuando Pedro tuvo a su lado a quien le dijera: “Es el Señor”, Pilato ya había dejado de escuchar. Tampoco estuvo Judas Iscariote. Él habría planteado las cosas de otro modo. No le gustaba la solución que daba el galileo al conflicto en el que vivían: necesitaban un libertador de hierro y bronce y apareció aquel hijo del carpintero montado sobre un pollino. Luego, las monedas, la traición. El dolor por dentro. La noche que se prolonga y él se rindió, se dejó comer por la noche. Y no llegó al alba en la que el discípulo amado proclamó: “Es el Señor”. Tampoco estuvieron en el lago ni Anás ni Caifás ni los escribas ni los fariseos. Le pusieron la etiqueta de enemigo y lo dejaron claro: “Uno debe morir por todo el pueblo”. Se fueron a acostar convencidos del deber cumplido. Nunca tuvieron la más mínima sensación de que necesitasen otra reconciliación. No hubieran comprendido para nada la pesca al alba ni la expresión con la que acabó la noche: “Es el Señor”.
sábado, 26 de enero de 2019
viernes, 25 de enero de 2019
Cuatro pasos hacia la reconciliación
Lo primero: toca reconocer que ha habido una ruptura. Pedro tiene clara conciencia de ello. Llora desconsolado y experimenta la esterilidad de su tarea: por más que trata de seguir la misión encomendada (la pesca), sus redes vuelven vacías. Lo segundo: es la pura gratuidad del don de Dios, de su luz… pura gratuidad por la que las redes se llenarán y exigirán el trabajo conjunto de todo el grupo para poder arrastrarlas hasta la costa. En tercer lugar aparece el discípulo amado; es él que afirma: “Es el Señor”. Pedro sería incapaz de tanto reconocimiento sin la voz de quien se sabe amado más allá de cualquier responsabilidad. “Es el Señor”, le dicen; y entonces Pedro aprende qué significa la red llena de pesca. En cuarto lugar, está la respuesta: Pedro salta de la barca, se acerca a las brasas, carga con la red… y ante una pregunta directa, casi sin pensarlo, puede decir: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”.
jueves, 24 de enero de 2019
Tres preguntas
Hace mucho tiempo que el nazareno recorrió los campos de Galilea. ¿En qué sentido es razonable que lo que Él vivió o predicó tenga significación para quienes vivimos a caballo entre el siglo XX y el siglo XXI? Además, ¿quién es ese Jesús para reclamar que su nombre, su vida, su palabra se deba tener en cuenta para cada persona que viene a este mundo? ¿Qué sabemos de Él? ¿Es el mismo Jesús que el que llaman Jesucristo, el Señor, el Maestro, el Mesías, el Hijo de Dios, el Salvador, el Libertador (¿de verdad un campesino del siglo I tiene derecho a recibir todos esos títulos?). Finalmente, ¿de verdad necesitamos reconciliación o nos basta mejorar los acuerdos y los comportamientos, los procedimientos de relación con las demás personas, con las cosas, con la propia creación? ¿De verdad es necesario hablar de reconciliación?
martes, 22 de enero de 2019
Cristo en Cachemira
¿De qué
nos libera el Señor hoy? Quizás, esta otra imagen, Cristo en
Cachemira aprendiendo de los grandes maestros orientales, nos proponga una
respuesta diferente y más acorde para nuestro mundo que acelera: Cristo nos
permite convivir en paz en medio de los conflictos, conservar la calma aunque
el mundo entre en catástrofe ecológica, vivir interiormente integrado cuando mi
matrimonio fracasa, la empresa se hunde, la enfermedad nos corroe o mueren a
nuestras puertas miles de inmigrantes. “La paz les dejo, mi paz les doy” no
tendría nada que ver con revertir las situaciones de guerra, de violencia, de
injusticia o explotación calamitosa que se dan por toda la superficie de
nuestro planeta. Sería una invitación a desacelerar, a no afrontar, a buscar el
refugio interior, al fortalecimiento por dentro, sin necesidad de una brújula
sobre qué es el bien y qué es el mal. ¿Es este Cristo aquel al que el evangelio
proclama como Kyrios y del que los concilios afirman que es el Hijo único del
Padre?
lunes, 21 de enero de 2019
De noche
Después de una larga noche bregando sin éxito, tuvo
lugar el encuentro con el Señor. Al poner la palabra RECONCILIACIÓN en el punto
focal de nuestra perspectiva sobre el Cristo, nos situamos junto a un lago en
el que unos hombres trabajan sin descanso y sin éxito alguno. Echan las redes y
no hay pesca. La noche es el tiempo oscuro que atraviesa nuestras vidas cuando
el conflicto no se ha resuelto con la reconciliación. Pedro dijo: “No lo
conozco”. Su llanto, su dolor, se prolonga a lo largo de toda la noche. O,
dicho de otro modo, todo es de noche, todo es oscuro, todo es llanto, tras la
ruptura con Aquel del que también había dicho: “¿A dónde iremos? Solo tú tienes
palabras de vida eterna”. A la vuelta de la noche, cuando la gratuidad del amor
del Señor se manifieste en el día que llega, en la pesca y la red rebosante, en
la comida común, Pedro tendrá que dar respuesta a esta pregunta: “Simón, hijo
de Juan, ¿me amas?” Él responderá como quien constata un don recibido: “Sí,
Señor, tú sabes que te quiero”.
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