Después de una larga noche bregando sin éxito, tuvo
lugar el encuentro con el Señor. Al poner la palabra RECONCILIACIÓN en el punto
focal de nuestra perspectiva sobre el Cristo, nos situamos junto a un lago en
el que unos hombres trabajan sin descanso y sin éxito alguno. Echan las redes y
no hay pesca. La noche es el tiempo oscuro que atraviesa nuestras vidas cuando
el conflicto no se ha resuelto con la reconciliación. Pedro dijo: “No lo
conozco”. Su llanto, su dolor, se prolonga a lo largo de toda la noche. O,
dicho de otro modo, todo es de noche, todo es oscuro, todo es llanto, tras la
ruptura con Aquel del que también había dicho: “¿A dónde iremos? Solo tú tienes
palabras de vida eterna”. A la vuelta de la noche, cuando la gratuidad del amor
del Señor se manifieste en el día que llega, en la pesca y la red rebosante, en
la comida común, Pedro tendrá que dar respuesta a esta pregunta: “Simón, hijo
de Juan, ¿me amas?” Él responderá como quien constata un don recibido: “Sí,
Señor, tú sabes que te quiero”.
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