La existencia de grupos fanáticos o fundamentalistas que invocan a Dios como justificante de su acción violenta dio lugar a la reflexión casi irónica de Gilles Kepel con el título de “La venganza de Dios” en 1989 en Francia. El poderío de la justificación religiosa no apunta, sin embargo, a la hondura de una verdadera teología y menos a la ira de Dios (Sloterdijk, “Ira y tiempo”, 2005). Dios, a juicio de este autor, no es el asunto del que se habla y, por tanto, tampoco de las notas que lo describen. Dios sería, más bien, la excusa para las respuestas violentas al conflicto identitario y social en curso. Probablemente, sin embargo, es desmesurado concluir que no hay noticias de Dios, o que Dios no es el asunto de la vida y la historia de muchas personas. Ni siquiera parece que sea razonable concluir que de Dios no se puede pensar y, mucho menos, hablar. Quizás se pueda dar la vuelta al argumento: la violencia fanática es la excusa que se da mucha gente para explicar el Misterio que nuestra tradición llama Dios.
jueves, 2 de mayo de 2019
miércoles, 1 de mayo de 2019
Razón y teología
Que la teología vive tiempos de especial indigencia es el punto de partida de la reflexión de Caamaño en Razón y Fe de abril de 2019. Achaca la vulnerabilidad a la debilidad sociológica del sujeto colectivo de la razón teológica y a una cultura ambiental de la superficialidad y el cientismo. Esa que asegura que la ciencia y la tecnología son el principal agente de felicidad. Mantiene, sin embargo, la pertinencia del pensamiento teológico dada la relevancia de su objeto: la cuestión de Dios. Leo en El País, 25 de abril 2019, al autor que sostiene: “Dios no nos creó. Nosotros creamos a Dios”. Parece que Dios sigue vivo, a veces como objeto de discusión, más allá de las notas débiles de las instituciones religiosas. La teología se hace más necesaria cuando retroceden las iglesias y su carga normativa. Es el antídoto frente a todos los fundamentalismos emocionantes. Aunque Dios sea racionalmente inabarcable, si no damos razón de nuestra fe, campea a sus anchas el fantasma del fundamentalismo.
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