El desierto es lugar de vida cotidiana para el pastor Moisés:
soledad, reciedumbre, horizontes abiertos. El día a día es duro, áspero y real.
Byung-Chul Han indica que hoy lo cotidiano está pulido, se juega en enjambre y
se da como virtual. El desierto aparece así como la oportunidad de cambio: la
realidad nos espera en la soledad y lo áspero. La soledad no es un fin en sí
mismo, sino la ocasión y el medio para el Otro que siempre irrumpe, que siempre
está. En el desierto, Moisés reconoce la Tierra Sagrada que pisa y escucha la
voz de la realidad que es relacional. No habla la realidad (otredad) para
imponer su Ser, sino para comunicarse y enviar; para apelar a la
responsabilidad que nace de la relación (he escuchado el clamor de mi pueblo).
Sólo en el desierto, lejos de lo virtual, del enjambre y lo pulido, la vida
deja de ser líquida y se da como responsabilidad.
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