Perviven las imágenes en las iglesias y, en ocasiones,
alguien se santigua a nuestro lado cuando el avión está por despegar. Un señor
que lleva una especie de rosario en su mano forma parte de un paisaje en el
que, en las fiestas patronales, la vecindad carga con el santo en procesión. Se
convierte en noticia que alguien promete su cargo sin símbolos religiosos y lo
religioso adquiere con frecuencia también aires de navegante líquido en esa
sorprendente globalización de la superficialidad. Persiste lo religioso en la
ciudad secular. Sin embargo, se trata de una fe que, para sobrevivir en la
atmósfera de lo plano, refuerza signos de identidad o se disuelve como un
rostro más del pensamiento débil. En el desierto, lejos de lo pulido, de lo
virtual y del enjambre, para escuchar el clamor de la justicia, Moisés se
descalza: es tierra sagrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario