Leyendo a Loyola y a Pablo Guerrero (“Convertirse es ser atraído”, 2019) vengo (venimos) del trabajo cotidiano (la viña en términos evangélicos). Venimos de un territorio plagado de misión y de tareas. No estamos solos. Codo a codo conmigo, a mi lado, por delante mía, desde arriba, desde atrás, desde abajo, otras personas que hacen, empujan, realizan, lideran, promueven, acogen. La misión siempre es compartida. Venimos, sin embargo, en Babel: desterrados y sin hogar nos sentimos no pocas veces en este pequeño planeta azul pálido en la inmensidad. También venimos de Egipto, sujetos a mil esclavitudes que, en ocasiones, ni siquiera reconocemos como tales: las que impone el sistema, las que tienen forma de pulsiones o miedos interiores, las que nos ponen quienes conviven en nuestro entorno. Pero si estamos aquí es porque también estuvimos en el Tabor y, como aquel Pedro, deseamos poner tiendas junto a la Palabra de la Vida: la que hemos visto, la que tocaron nuestras manos.
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