La persona solo es… actuando (De Beauvoir, “Para qué la acción”, 1944). El consejo inspirado en la prudencia de Cineas, cuando el rey Pirro se propone la conquista de Italia, está enfrentado a la vocación humana que se construye al afirmarnos como seres que actúan. Nos hacemos al hacer. Pero la propia De Beauvoir aterriza su reflexión en el situacionismo: nuestra libertad trasciende, pero lo hace situada. Cristina Sánchez (“Del sexo al género”, 2016) nos presenta a De Beauvoir atada a la ambigüedad: nos pensamos como conciencias, pero conciencias en el mundo. El existencialismo nos lanza a la acción. Setenta años después, la acción se muestra como sentido único de sí misma. Estamos en un hacer por hacer. La disputa entre Pablo y Santiago, fe y obras, se repite al llegar al tercer milenio. Dada la velocidad de nuestro sinsentido, más que una acción que nos autoconstruye, parecemos necesitar una parada que nos abra a tanto don recibido.
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