domingo, 19 de mayo de 2019

Nacer es comparecer

Agustín descubre la interioridad. Rousseau, más de un milenio después, alumbra la intimidad (Bruckner, “La tentación de la inocencia”, 1995). En la interioridad, el de Hipona, descubre la trascendencia: finalmente, el que es mayor que el universo se aloja en la pequeñez del individuo (un artesano insignificante de una aldea perdida en un rincón del Imperio). Por el contrario, el ilustrado saca a Dios de nuestro mundo y de la persona: lo sitúa al inicio del proceso, antes de la creación, poniendo en marcha el reloj y desatendiéndose de su obra creada. La modernidad nos deja libres de la tradición y de la ley eterna: ni comunidad ni divinidad. Somos seres inacabados, que debemos elegir para tener sentido. Nos queda la intimidad, estamos solos para diseñarnos y sin embargo permanentemente expuestos. Es decir, necesidad de un reconocimiento que solo pueden otorgar los demás. El juicio de Dios es sustituido por el juicio implacable de las gentes. Hoy, multiplicado por el poder virtuoso / vicioso de los medios. Pascal Bruckner concluye que para Jean Jacques Rousseau nacer es comparecer.

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