Nuestras vidas están llenas de diversidad. Como anuncian los clásicos, la filosofía comienza con el asombro. La diversidad provoca asombro, perplejidad, desconcierto. Diferencias culturales, psicológicas, biológicas, étnicas… que se concretan en la vida cotidiana en modos de pensar diversos, diferentes maneras de entender la vida, la misión, la tarea. Las diferentes posiciones políticas reflejan una sociedad que se siente mucho más diversa de lo que las instituciones, normalmente, pueden encausar. Diferencia en los intereses y en los gustos. En ocasiones, esto provoca un efecto comunitarista: el retorno a los míos, a sus valores de siempre, a los lugares sagrados e intocables. La diversidad -que seguirá presente incluso en los contextos más uniformados- puede provocar ruptura, división, alejamiento. En términos morales, egoísmo. En términos teológicos, pecado. Pero esa misma diversidad, integrada (más allá de Babel) es ocasión para el asombro, la admiración, la filosofía.
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