“Tú sabes que te amo”, proclama Pedro en el Evangelio Según San Juan. El
momento sucede a la terrible desolación del desencuentro, la negación y el
rechazo. La cruz sucede a Pedro que dice “no lo conozco”. El mismo jueves, en
la pre-pascua, se da la afirmación del amor incondicionado y el amor como
tarea: el Cristo arrodillado que lava los pies. El viernes, tras la huida y la
negación del grupo de los hombres que le seguían, quedan a distancia las
mujeres. ¿Cómo es posible a la orilla
del lago, en lo cotidiano de Galilea, afirmar: “Tú sabes que te amo”? La noche,
la barca, la pesca que no llega a pesar de la experticia de las redes que
claramente dominan. De hecho, no es Pedro quien reconoce al que desde la orilla
introduce la novedad. Queda el discípulo amado (¿cualquiera de los que aman?
¿imposible para quienes no aman?).
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