Mi posibilidad pasa por mi elección. Hacerme es tarea principal. De ahí
que la presencia inconceptuable del pecado brote en el cada día como angustia.
Si no elijo, no soy. Si elijo, señala Kierkegaard, lo hago hacia la contradicción
o hacia mi propia personalidad. No hay camino intermedio, no es posible una
elección que ni me afirme ni me contradiga. No hay una tercera bandera, como
vemos en Loyola (EE.EE.): o echamos cadenas o ayudamos a la liberación. No
cabe, pues, la inocencia. Pero se reclama la humildad. Cuando voy por la vida
exhibiendo autenticidad, una risita emerge desde la memoria y me sitúa ante las
elecciones que apuntalan la piltrafa de lo que pude haber sido. Loyola subraya:
sólo el conocimiento interno del daño hecho
-no se puede apartar la mirada, hay que afrontar- nos permite reconocer
tanto bien recibido.
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