Coopérnico,
Galileo, Isaac Newton… la modernidad avanza. Todos ellos son hombres creyentes
que tratan de adecuarse al nuevo ethos: el logos y el progreso (Armstrong, “Los
orígenes…” 2010). Lutero, con su reforma, apela al retorno a las fuentes, pero
de un modo moderno: la primacía del individuo sobre las normas de la cultura en
la que nace. Loyola introduce el discernimiento que acota tanto la apelación a
las fuentes (“vivir a la apostólica”) como a la mística individual (“distinguir
mociones”). Frente a los avances del logos, el mito se interioriza y muchas
personas creen poder apelar a la experiencia directa de Dios. En la estela de
Loyola, los grandes místicos ibéricos, Teresa y Juan de la Cruz, repugnan
excentricidades, iluminismos y “directores espirituales” poco inteligentes. Si
la respuesta es la interioridad, hace falta “discreción de espíritus”.
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