En el discurso ignaciano, la experiencia del resucitado se “muestra por
sus efectos” y responde al “oficio de consolar” (Loyola, “Ejercicios
Espirituales”). Amor es darse a quien se ama y recibir al que se da. Es cosa
recíproca y va más allá de la propia subjetividad. Sin embargo, su lugar
habitual no es el público escenario, sino la intimidad del hogar. Imagina
Loyola un encuentro entre María, la madre, y el Cristo, su hijo. No es un
encuentro con fundamento bíblico –ningún evangelista narra tal encuentro entre
las experiencias del resucitado-. A juicio de Loyola, es de sentido común y
debe darse por supuesto. Llama la atención que ese encuentro tiene lugar en el
ámbito de la intimidad de la Casa. Pasamos así de la enajenación de la tumba a
la intimidad del hogar. Después, a la vida pública se enviará a quien tenga
experiencia del crucificado/resucitado-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario