El pecado es para Loyola desorden. Desorden de conducta y espíritu
cuando apunta a su propio querer e interés y olvida la alabanza, la reverencia
y el servicio. Si “venimos en soberbia”, si “somos” el centro del mundo,
entonces metemos en la realidad una dinámica destructiva y contagiosa. Es el
daño: la persona justa cuelga de la cruz. No basta a Loyola una explicación a
la socrática: puro desconocimiento del bien. Pero tampoco ignora la enorme
carga de afecciones que impiden ver lo real. Kierkegaard, en “El concepto de
angustia” apunta al pecado como un no lugar no conceptualizable. Tampoco es una
mera no presencia (vg.: ausencia del amor), puesto que tiene densidad propia.
No cabe en ninguna de las ciencias, ni siquiera en la ética. Señala hacia un
evento relacional, hacia la mismísima ruptura de la relación. No es un no
saber. ¿Es un no ser?
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