domingo, 10 de junio de 2018

Desorden

El pecado es para Loyola desorden. Desorden de conducta y espíritu cuando apunta a su propio querer e interés y olvida la alabanza, la reverencia y el servicio. Si “venimos en soberbia”, si “somos” el centro del mundo, entonces metemos en la realidad una dinámica destructiva y contagiosa. Es el daño: la persona justa cuelga de la cruz. No basta a Loyola una explicación a la socrática: puro desconocimiento del bien. Pero tampoco ignora la enorme carga de afecciones que impiden ver lo real. Kierkegaard, en “El concepto de angustia” apunta al pecado como un no lugar no conceptualizable. Tampoco es una mera no presencia (vg.: ausencia del amor), puesto que tiene densidad propia. No cabe en ninguna de las ciencias, ni siquiera en la ética. Señala hacia un evento relacional, hacia la mismísima ruptura de la relación. No es un no saber. ¿Es un no ser?

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