El calor del verano, en el que se aligeran las ropas y los pensamientos, es mala ayuda para afrontar una crisis, la de la Covid, que va mucho más allá de los problemas sanitarios planteados. La sensación de que el suelo se nos mueve y que todo fundamento pasa al desconcierto se va incorporando al espíritu de nuestra época. Durante este tiempo de espiritualidades surfistas y de múltiples libros de autoayuda, quizás sea ir a contracorriente proponer la relectura de las grandes preguntas sobre el sentido de nuestra vida. Por eso, no me pasa desapercibida la noticia, en la estela de la Covid, que nos llega desde París: el fallecimiento del teólogo jesuita Jospeh Moingt SJ. Muere con 104 años, en la víspera de la fiesta de San Ignacio de Loyola, el 30 de julio, dos años después de la publicación de “L’esprit du christianisme”. Es su testamento intelectual que muestra el espíritu del cristianismo en su orientación antropológica: no es que el cristianismo sea dueño del espíritu o pretenda exclusividad sobre el mismo. En sus propias palabras (así nos lo dice en la introducción del libro), “...eso es lo que significa el título de este libro: no reivindicación de propiedad, sino hacer partícipe de un bien común y una llamada a la entreayuda”. Como hombre que desarrolla su pensamiento en la Europa del último tercio del siglo XX y las dos primeras décadas del actual, Moingt SJ no parece sentirse tan desafiado por la opresión y la injusticia como los teólogos de la liberación, sus contemporáneos, en el contexto de Latinoamérica. Más bien, su indagación se centra en la palabra que Jesús significa para la generación del pluralismo y del bienestar, esa que, probablemente, no siente la necesidad de ser salvada (ni liberada), pues encuentra la salvación en el desarrollo económico, psicosocial y cultural de occidente. Por eso, al Cristo que vive y muere en Palestina y del que la fe cristiana asegura que “ha de volver”, Moingt pregunta: ¿de qué me has de salvar? ¿Para qué has de volver?
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