Pretendemos
atrapar el tiempo con nuestra carrera. Todo está disponible y depende solo de
nuestra respuesta al estímulo. Sin el momento del no, en nuestra cultura, no
hay contemplación. Ya Nietzsche observa que es necesaria la pervivencia de la
figura del maestro para enseñar a mirar. La sociedad de la eficiencia necesita
velocidad: pasamos de caminar a correr. No hay mejora, sólo más prisa. Todo es
positivo. Byung-Chul Han señala que no hay creatividad si todo es positivo:
todo se hace más liso, más “me gusta”. De ese modo, la actividad muy activa es
la menos activa: no hay cambio, solo lo mismo a mayor velocidad (“La sociedad
del cansancio”, 2010). Sin el momento del no, no es posible la espiritualidad.
Entronca con las tradiciones clásicas: sin abnegación, la persona no tiene
acceso a su interioridad, tampoco a la contemplación (Loyola).
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