Algo que se denomina pensamiento positivo se empeña en despreciar nuestras mociones desoladoras y consigue que, finalmente, mi campo de visión, de pensamiento y de lenguaje, reconozca solo aquello que es positivo, que va bien, que resulta un éxito. La convicción es que esas personas serán las que igualmente reproduzcan en sus vidas la belleza, la fortuna, la salud, las relaciones satisfactorias. Los conflictos cotidianos, la injusticia evidente, las desigualdades sangrantes, la explotación de unas personas por otras, los límites personales… todo eso se encubre con el velo de un bien mayor compensatorio o con un manto del triunfo que conseguiremos en un futuro no tan lejano: el desarrollo tecnológico y científico lo traerá. En fin, nos toca cubrir la realidad con cierta espiritualidad más o menos científica y de una mirada que hace un cordón sanitario en torno a las bacterias del fracaso: señala a quienes son el enemigo, twuittea contra ellos, proclama y grita y chilla en un ruido que, en palabras de Byung-Chul Han se asemeja al enjambre.
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