Si el cristianismo es un humanismo se disolverá como un rostro dibujado
sobre la arena de la playa (Foucault). Si el cristianismo se centra en lo
humano, entonces, lo divino, lejos de remitir a lo absolutamente Otro, solo
proyecta el futuro de lo humano (Feuerbach). Dios, entonces, salvaría a lo
humano. Sin embargo, hay en el impulso humanista de la Fe, algo que no se
somete a la antropología y descentra el “cogito ergo sum”; escandaliza a la
razón ilustrada. La ausencia, la cruz, la derrota o la imagen de la tierra como
un punto azul pálido en la inmensidad apuntan que la liberación no es de lo
humano, sino de lo impensable humano y que la Ausencia (el rostro que se
disuelve) acude también en rescate de los espacios vacíos. Aquino admite que
sólo hablamos por analogía. Humanizar el cristianismo es idolatrar lo humano,
el sendero de Pelagio.
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