Los estudios
históricos sobre el movimiento de Jesús son profundos. Impresiona “Un judío
marginal”, 1991 de J. Meyer, o la síntesis de Pagola (“Jesús, aproximación
histórica”, 2007). Esta última ¿es demasiado optimista? ¿Considera que sabemos
lo suficiente del nazareno como para leer de un modo nuevo las narraciones y,
por tanto, la fe? Más bien, ahora apuntamos la prioridad del texto: la
escritura es previa al sentido y permanecerá después del mismo (Derrida). El
acceso al Jesús histórico queda herido por arma de doble filo: ni es realmente
posible, ni es realmente significativo para la fe. La teología también lo
confirma: es el Espíritu, el que “lo explicará todo”. Ahora bien, ese Cristo de
la fe, el de las narraciones, necesita de aquel “que vieron nuestros ojos y
nuestras manos tocaron”. De otro modo, la experiencia cristiana es sombra del
gnosticismo.
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