Cuando
muere, H. Arendt sigue enamorada de Heidegger (“Pensadores temerarios”, Lilla,
2001). El encuentro comienza con un
amigo común: K. Jaspers. Cuando Heidegger abraza el nazismo y accede a rector
de Friburgo, Jaspers no cabe en sí de asombro y se inculpa: no fue capaz de
evitar que su amigo cometiera tal error. Arendt, judía ella misma, queda
transtornada ante el giro de un hombre del que está enamorada. Elzbieta
Ettinger (1996), al leer la correspondencia (limitada) de Arendt a Heidegger,
interpreta esta relación de forma patológica: un depredador que engancha a una
ingenua. Arendt acaba trazando una línea entre filosofía (admirable en
Heidegger) y política (incomprensible para ella). Jaspers, sin embargo,
interpreta que en la filosofía de Heidegger late una pasión irracional que lo
llevó a apoyar al tirano.
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