A Marx lo
secuestran sus intérpretes (Sloterdijk, “Temperamentos filosóficos” 2010).
Sucede con él, como con las religiones: sus textos se convierten en referente y
su interpretación necesaria para adecuarla a la realidad. Goñi afirma que con
Marx, la nariz del filósofo queda, con frecuencia, oculta tras las barbas del
revolucionario (“Las narices de los filósofos” 2008); recomienda leer “El
manifiesto comunista” y saborear su regusto decimonónico. ¿Mira Marx hacia el
pasado mítico para elaborar su pensamiento? Más bien mira hacia el futuro,
igualmente mítico, de la sociedad sin clases. Con ese poder de seducción, lee
su tiempo y defiende que no son las ideas, sino la organización económica, lo
que determina la realidad. Sin embargo, su idea, reconvertida por líderes
políticos impresionantes, determinan la historia del siglo XX.
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