Quizá por un tiempo, Heidegger cree que la muerte nos afirma. Es que se
trata de “mi” muerte. Más adelante, sospecha de la pura negatividad de la
muerte. Byung-Chul señala que el morir puede ponernos en alerta ante lo
absolutamente ajeno. Hace una grieta en un mundo de diversidad tolerada que nos
iguala; la muerte confronta con lo no igual. Dos respuestas se turnan: la del
terrorismo que ama la muerte como respuesta a la violencia de lo igual; y la de
la cultura que quita voz a la muerte. Loyola no ama, ni rechaza, ni explica la
muerte. La afronta. Permite ver y elegir en la vida desde lo absolutamente
otro, sin escabullirlo de lo real. No vivimos para morir, pero el morir es
propio del vivir. Si silenciamos la muerte, si el enjambre oculta su voz,
entonces el vivir será víctima del imperio del todo igual, del nada distinto,
del sólo lo ancho, lo largo, lo profundo.
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