Dice Mandela que “la educación es el mejor arma para la transformación
social”. Probablemente, también es un fantástico instrumento para perpetuar lo
que hay. Si la educación no respeta es paternalismo. El paternalismo asimila,
no promueve la autonomía. Necesitamos la distancia para que el servicio no sea
posesivo (Loyola); para que educar no sea devorar. La educación sólo es posible
desde la alabanza gratuita: el puro reconocimiento de la otredad previa a toda
relación educativa. La educación no conceptualiza al educando. Se abre a la
sorpresa, a lo sublime que sobrecoge, al misterio; al Misterio. Sin esa
apertura respetuosa al Misterio, es probable que la educación se encamine a
hacer más de lo mismo, a perpetuar lo que somos, a perpetuarme personalmente, a
repetirme en quien era otra persona y ahora es lo mismo.
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