La muerte, en nuestro entorno, pasa a segundo plano: en lo virtual, deviene espectáculo, en lo real ni se presenta, ni se muestra. Se la propone como ausencia y, en noviembre, transitamos desde la memoria amable que pone flores en la tumba de quien de algún modo nos acompaña, al disfraz de zombie, de muerto viviente, que hace de los cadáveres una amenaza para quien todavía vive. Retorna cierta tradición herética cristiana que ve en la muerte del nazareno un “como si”. Para el Docetismo todo lo histórico del Cristo es mera apariencia, porque no cabe la comunión de lo divino y lo humano –dada la bajeza de la realidad humana-. Nuestro entorno hoy, no tan creyente, asume un docetismo sin Dios: nuestra muerte se reduce a pura apariencia y toda apariencia puede ser cambiada. Adornamos a nuestros difuntos y, de camino, también nuestros fracasos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario