Si la “postmodernidad” erosiona metafísica y relatos de
sentido (filosofar es conversar), la “post-política” (Žižeck, “En defensa de la
intolerancia”, 1998) lima las ideologías. La política (el desafío de la parte
por la no-parte) deviene técnica y
consenso; así, la resistencia a la globalización (tanto la nacionalista
que cuida la identidad comunitaria, como aquella que sueña valores “imposibles”,
por utópicos) es reliquia del ayer a superar. El clamor por otra globalización
posible (Stiglitz, “El malestar en la globalización”, 2002) se etiqueta como sueño del pasado. Así, la
nueva política elude la verdadera política:
“no es simplemente cualquier cosa que funcione en el contexto de relaciones
existentes, sino precisamente aquello que modifica el contexto que determina el
funcionamiento de las cosas”. ¿Eludimos el desafío?
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