El muro que nos impide ver la realidad empieza dentro, allí donde mi yo adquiere su alimento y dimensión. Es decir, nos empequeñecemos al hacer crecer nuestra soberbia. Si nos creemos grandes, no apostaremos por subir a la higuera en la que Zaqueo descubre una realidad diferente. Las cosas nos llegan siempre con muros y distorsiones. Muros que nos superan porque, en realidad, somos bajitos. Ahí afuera, más allá de mi ego, me espera la realidad. Sin embargo, es una realidad distorsionada. En primer lugar, por mi entorno íntimo, que enfoca mi mirada desde una tradición. La historia irá sumando juicios, valoraciones, perspectivas. Dice Bruckner (“La tentación de la inocencia”, 1995) que “comparecemos” en cuanto somos realidad social -en cuanto nacemos-. El muro se construye también del entorno más amplio, casi global, de la cultura mediática y depredadora dominante. Todo fluye, todo es ligero, nada es sólido… Y esa fluidez quita visibilidad a las diferencias y a los sólidos. La interioridad puede, ahí, ser la higuera a la que subir para ver más allá del muro. Pero debe ser una interioridad humilde, que no se construya de puro ego.
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