La
generación literaria de la Postguerra ve en nuestras ciudades cementerios
organizados: “Madrid es una ciudad de
más de millón y medio de cadáveres (según las últimas estadísticas)”,
canta el autor de “Hijos de la ira” (Dámaso, 1945). Esos cuerpos son, en perspectiva
de Unamuno (padre de todas las preguerras), “también de barro”, como las
paredes de cualquier cementerio. Frankl, arrastrándose helado por los campos de
Auschwitz sobrevive y crece contemplando fugaz el rostro amado: “Sólo el amor
nos salva”, exclama. Joseph Moingt SJ afirma la historicidad actual del Cristo
porque tiene una tarea pendiente, inacabada. Esta tarea es la liberación. No es
el optimismo el padre de la esperanza. Hay en esa palabra algo de pura
innovación inesperada, capaz de hacer de nuestras ciudades algo más que los
datos de las últimas estadísticas.
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