Derrida habla de deconstrucción. Usa el concepto de “signo” de los
estructuralismos (el sentido emerge de las diferencias y del lugar en la
estructura) para analizar textos e instituciones. Deconstruir es mostrar la
risible pretensión de atribuir suelo metafísico a nuestras construcciones
antropológicas. De este modo, denuncia el logocentrismo y afirma la importancia
“de lo otro que irrumpe, del otro que escribe en mí. (…). La justicia –dirá-
consiste en aprender a vivir con el otro” (Morey, “Foucault y Derrida”,
2015). Lo otro aparece para cuestionar
el concepto de “verdad” como la presencia en el presente. Más bien apunta a los
espacios vacíos, que siguen significando sin presencias de lo propio. El vacío
es la presencia del otro, de lo otro. La ética se orienta por la presencia del
otro, que siempre es diferida, inaprensible. Ese es el respeto y el servicio.
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