El pensar tiene un fin y, a juicio de Horkheimer (Wiggershaus, 1986), no
es el mero desvelamiento de las condicionantes estructurales del propio
conocimiento. Sigue a Marx: se piensa para cambiar la realidad. Al pensar,
debo, por tanto, tener en cuenta la cotidiana lucha de tantos seres humanos que
a vista de la filosofía idealista se han arrastrado por debajo de los temas de
interés. Su mal vivir, su lucha cotidiana es el objeto del pensar. El
pensamiento así desenmascara todo naturalismo de la injusticia y de toda
justificación de un poder consagrado a mantener privilegios. Manheim extiende
el concepto de ideología. Horkheimer protesta: no todo es igual. A su juicio,
engaña quien estructura su pensamiento para defender posiciones de privilegio y
acierta quien lo hace para luchar por las personas dejadas de la mano de la
historia y la sociedad.
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