Todas las instituciones sistematizan la realidad para
poder responder a ella. La intuición que las puso en marcha se muere si se
tiene éxito en la respuesta. El autor del Apocalipsis lo deja ver en la carta
al Ángel de la comunidad de Éfeso: después de indicar que todo se hizo bien, se
señala: “dejaste tu amor del principio”. Lo que hacemos, parece, genera lazos y
cadenas, nos ata. La pura gratuidad que anida en nuestro deseo más profundo se
deshilacha a medida que describimos el objeto de nuestra actuación y evaluamos
sus resultados, sus efectos, su impacto. Buber intuye que lo trascendente
adquiere siempre forma antropomórfica, pero mantiene su halo de misterio. No
hay Iglesia de éxito a la que no le pasen factura las necesidades objetivadoras
de la institución. Sin embargo, institución y carisma van de la mano.
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