Simone de Beauvoir tiene voz filosófica propia. Aparece entrelazada con la de su compañero de vida (“somos almas gemelas”, dirá ella) Jean Paul Sartre. Es un trabajo colaborativo de mutua influencia. Ella aterriza muchas de las ideas que él conceptualiza. Cristina Sánchez Muñoz (“Del sexo al género”, 2016) la presenta como promotora de una corriente, el feminismo, en la que deja un legado que no puede ser dado por finiquitado hoy. Resuena su sentencia “no se nace mujer” como cabeza de playa de una batalla, la de género, que aparece en la obra de Cordelia Fine (“Cuestión de sexos”, 2010) o, mucho antes, en 1990, en “El género en disputa” de Judith Butler. De Beauvoir mira a la mujer desde la intuición básica del movimiento existencialista: en el ser humano, “la existencia precede a la esencia”. No se es sino lo que se decide y se trabaja ser. Así, aquella niña de la burguesía, nacida para el matrimonio y la familia, antepuso su decisión de ser una autora reconocida. Ella se construye: “yo siempre quise conocerlo todo: la filosofía me permitiría alcanzar este deseo”.
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