Si se impone la teoría de la tabla rasa, la que asegura que no hay
naturaleza humana, las dictaduras de todos los tiempos tendrán excusa para sus
propuestas de ingeniería social y las familias cargarán a sus hijos e hijas con
programas educativos uniformes, porque nada hay que los diferencie en el punto
de partida (Pinker, Tabla rasa, 2003). Llama la atención, sin embargo, la
radicalidad de quienes –en aparente contradicción con la teoría dominante
(tabla rasa) hoy consideran que todo es neurología y entienden como puramente
determinadas por nuestro cerebro las capacidades del aprendizaje humano y
presentan como inútiles para generar cambios esenciales la actuación educativa
que se oponga a lo ahí prefijado. El cerebro no sería una pura plasticidad
sobre la que escribir, sino que determinaría lo escribible. ¿Y entre los dos
extremos?
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