En la
narrativa del Éxodo, Moisés se resiste. Cuestiona la posibilidad de la misión,
la capacidad personal para la misma y también la autoridad que envía (“¿Y si me
preguntan quién me envía? ¿Qué les diré?). El pensamiento débil retira la
posibilidad de la metafísica y no reconoce entidad a la persona o a las
relaciones entre personas. Nada tiene suelo. Nada vale. Todo vale. Sin embargo,
en el desierto, Moisés se descalza y escucha que se le llama por su nombre. Oye
un relato de liberación y acaba por afrontar la obligación ética de las
relaciones humanas (divinas). El Mediterráneo y sus cadáveres son un ruido más
en el enjambre y una realidad virtual en el mundo de lo pulido. El pensamiento
débil engendra respuestas que identifican al mafioso que se lucra con la
persona que ayuda. En un tango del primer tercio del siglo XX, esto se llamó
cambalache.
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