Le da la
razón Buber al Nietzsche que proclama la muerte de Dios. Se trata (“Eclipse de
Dios”) de una afirmación lógica: Kant vincula lo de Dios a un impulso moral
interior. Eso lo expulsa del mundo. Hegel, que intelectualiza la realidad (todo
lo real es ideal), asegura: “Ya no hay nada de misterio en Dios”. Y es que el
idealismo hegeliano propone un Dios que no puede ser el mismo, a la vez
manifiesto y misterioso, que atisba la religión. El Dios manifiesto siempre es
antropomórfico y, a la vez, misterio. Si es solo misterio, no es manifiesto y
no hay experiencia alguna que nos remita a él, si es puramente antropomórfico,
tampoco es manifiesto, sino solo creación nuestra. Nietzsche reconoce así lo
que ha pasado: Dios está liquidado. Pero el tiempo y la cultura mantiene la
pervivencia de un coloquio que no es mero soliloquio. Es misterio, pero se
manifiesta.
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