La militancia laicista es signo visible de cierta izquierda.
Se suprimen los símbolos religiosos de un acto oficial, no es mala cosa. Cada
cual puede ver el valor moral de una promesa sobre la Constitución, pero
evitamos el uso del nombre de Dios en vano. El nombre de Dios ha sufrido usos y
abusos. La gestión de lo político, tal y como vemos que se conquista y defiende
el poder, no permite aventurar mejor suerte para los usos públicos de los
términos teológicos (uso y abuso). Los presidentes de los EE.UU. juran su cargo
sobre la Biblia. En “Eclipse de Dios”, Buber narra una conversación sobre uno
de sus escritos en la que un lector le reprochaba usar el nombre de Dios para
hablar de lo más sublime. Se trata de una palabra que ha sufrido la zozobra de
su uso en la historia. Iguacén, obispo de Tenerife, decía que convertir es cosa
de Dios. Por acá nos queda sólo ser testigos.
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